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Sin duda, la nueva de la semana es ETA. La noticia de lo que se anuncia como el desarme definitivo de la banda terrorista ETA ha ocupado los principales titulares de la prensa escrita -incluyendo los editoriales de los diarios nacionales- y se ha convertido en la cabecera de avance de todos los telediarios. Parece como si este anuncio hubiera entusiasmado especialmente a los redactores de prensa, quienes ni siquiera se han parado a contemplarse como sujetos producto de la orquestación mediática a la que el nacionalismo terrorista etarra nos tiene tan acostumbrados. Pero aun considerando el anuncio en cuanto canalizado y vertido a los medios desde el entorno nacionalista etarra, de sentido y fines muy precisos y de sobra conocidos, las consecuencias ya están encima de la mesa y no cabe mirar hacia otra parte. Seguramente, es esto lo que han considerado muchos de los líderes políticos, tomando partido casi inmediatamente sobre el asunto.

La comunicación al parisino Le Monde por Jean-Noël Etcheberry –un activista nacionalista, al parecer militante de una asociación ecologista abertzale- según la cual el 8 de abril ETA estaría total y definitivamente desarmada no es una noticia que por esperada deba entusiasmarnos especialmente. Efectivamente, el anuncio, de llevarse a cabo, supondría la desaparición del arsenal de los terroristas. Pero, por otro lado, desde la perspectiva de la nación española, el hecho de que el supuesto desarme de la banda nacionalista etarra se realice con la «supervisión» del llamado -ad hoc- Comité Internacional de Verificación, coordinado por Ram Manikannigam, y constituido desde 2011 tras el anuncio del cese definitivo de la «violencia», tampoco es garantía de nada, máxime cuando, acertadamente, ni desde España ni desde Francia se ha querido reconocer ningún comité de ningún tipo.

Además, el hecho de que paralelamente se anuncie la nueva como un acto que se realizará con toda sencillez y en la intimidad de los fautores y «supervisores» del unilateral proceso genera una legítima sospecha y desconfianza por parte de quienes, en justicia, quieren ver ya el fin de ETA. Y más que apuntar hacia la sincera disposición del nacionalismo terrorista etarra, y en particular de la propia ETA, apunta sin duda a la presión española y francesa -algo que muchos parecen omitir- que habría logrado un cambio en la estrategia de la propia banda terrorista ante la misma negativa a la negociación de España y Francia. Por ello, no podemos olvidar en ningún momento que lo que ETA persigue a fin de cuentas es evitar su rendición con todo lo que supone; de ahí la insistencia del nacionalismo independentista en la internacionalización del «proceso».

Desde DENAES, se ven las cosas así. Por lo que no podemos perder de vista que estos anuncios deben tomarse con la cautela precisa que a la situación nacional corresponde. Así mismo, hay que tener presente que cuando se habla del «desarme», aplaudido por parte de determinados sectores del espectro político español -incluso «recomendando» al gobierno que no «obstaculice» la marcha del proceso-, se está obviando que hay todavía mucha metralla y casquillos cuya mano ejecutora se desconoce.

Pues bien, precisamente por ello el anuncio del «desarme definitivo y unilateral de ETA» nos permite considerarlo como piedra de toque para clasificar -una vez más- el posicionamiento de los partidos políticos con relación al nacionalismo terrorista etarra y a España misma, empezando por los nacionalismos fraccionarios y terminando por los llamados partidos de la nueva política. No habría más que considerar, por ejemplo, el bonhomismo panfilista del ex presidente Rodríguez Zapatero valorando el anuncio como una buena medida; o al mismo Pablo Iglesias pidiendo que se lleve a cabo pronto, como si el desarme por sí mismo fuese garantía de algo. Por otro lado, ¿a qué se refieren quienes hablan de conceder «credibilidad» a la nueva, a la vez que piden al gobierno «estar a la altura»? Porque para DENAES «estar a la altura» no significa otra cosa que mantener la firmeza frente al terrorismo antiespañol etarra, toda vez que se siga persiguiendo a los asesinos que actuaron en nombre de ETA. La ambigüedad y labilidad de determinados partidos políticos parece indicar no otra cosa que la instrumentalización del terrorismo en virtud de sus intereses más inmediatos, actitud que los retrata con toda nitidez del lado de una baja estima -por no decir nula- por España.

Concluimos, en DENAES recibimos esta noticia con cautela, sabedores de que la entrega de la totalidad de las armas -y aun de una virtual cartografía de zulos y otros arsenales- con ser condición necesaria no es condición suficiente. Porque la derrota total de ETA debe suponer su disolución. El gobierno de España no debería tener otra cosa en su agenda, porque así debería entenderse el cometido de la preservación de la nación a lo largo del tiempo. Ahora bien, tampoco la disolución de la banda terrorista por sí misma podría satisfacer a aquellos españoles que sufrieron en sus carnes o las de los suyos la mordedura de las bombas asesinas.