Mientras que los partidos nacionales se han caracterizado por una falta de proyectos más allá del corto plazo que imponen los cuatro años de legislatura, las sectas antiespañolas siempre han contemplado una secular «hoja de ruta» sobre qué hacer en cada momento para alcanzar el lejano horizonte de la independencia de España


Fue en 2006, justo ahora hace nueve años, cuando Arturo Mas, entonces en la oposición del parlamento catalán pese a haber ganado las elecciones a causa del pacto tripartito liderado por el PSC, se sentó una madrugada de sábado junto al Presidente Zapatero para firmar el acuerdo que permitía desbloquear el proyecto de Estatuto de Cataluña, con la mención en su Preámbulo a la palabra «Nación» (con todos los reconocimientos internacionales que ha supuesto algo que se trivializó de manera intolerable). Tras aquel triunfo, Mas, henchido de orgullo, afirmó que ese estatuto serviría para unos cuantos años más, hasta que desde Cataluña se volviera a pedir un nuevo «encaje dentro del Estado».

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Y así fue que, tras ganar las elecciones en el año 2010 y encontrarse con el agua al cuello financieramente hablando (no sólo por la crisis económica, sino principalmente por el desmesurado gasto en inmersión lingüística, embajadas y otros instrumentos de secesión) Arturo Mas decidió pedir en 2012 un nuevo régimen fiscal, en la práctica equiparable al cupo vasco o al régimen foral navarro. Ante la negativa del gobierno de Mariano Rajoy a cambiar nada, y tras un baño de masas durante la manipulada efeméride de la Diada, Mas adelantó elecciones para convertirlas en un plebiscito independentista, con el resultado de alimentar a la formación que abandera el separatismo más radical, ERC, y la pérdida de sufragios de Convergencia.

Desde entonces, una constante huida hacia delante ha sido la maniobra de Arturo Mas, un verdadero suicidio político hacia una Cataluña independiente que ya no tendría ningún «Estado español» a quien chantajear. Si en el 2011 Durán, la otra pata del proyecto de Mas hasta hace bien poco, afirmó que sería imposible lograr nada con un Partido Popular gobernando con mayoría absoluta, Mas siguió con su necia idea hasta la suspensión formal de toda consulta y el consiguiente freno al entusiasmo soberanista de ERC y la Asamblea Nacional Catalana (ANC). La tolerada seudoconsulta del 9 N, sin embargo, benefició a Mas y relanzó a Convergencia en los sondeos, que hasta entonces daban ganadora a ERC. Con la convocatoria de un nuevo adelanto electoral el 14 de Enero, pero para la tardía fecha del 27 de Septiembre, el líder convergente daba por amortizado el proceso independentista, así como a Junqueras y a la ANC. Sospechosamente, Arturo Mas pasaba de ser el impaciente líder de una nueva nación a un líder prudente que sabe medir los tiempos y se permite el lujo de preparar una campaña electoral de casi nueve meses… con la expectativa de pactar con un Gobierno de España en segura minoría.

Y es que estos constantes vaivenes de Mas, pese a haber sido imprudentes durante varios años, han servido para que la idea nacionalista salga revitalizada. Hay una clara «hoja de ruta», marcada ya desde el siglo XIX por los separatismos antiespañoles, ya sean el vasco, el catalán o el gallego, que ni los sucesivos regímenes políticos ni las diversas coyunturas históricas han sido capaces de frenar. Pero lo más grave hoy día es los partidos nacionales, no sólo el PP o el PSOE sino otros de nuevo cuño como Ciudadanos, parecen vivir una suerte de «crepúsculo de las ideologías», donde lo único que preocupa es la cuestión económica (entre liberales y socialdemócratas anda el juego), brillando por su ausencia la definición clara respecto a la Nación Española (con políticos que no saben si es un estado federal o una «nación de naciones») y cómo defenderla frente a las amenazas explícitas y cada vez más solventes de las sectas antiespañolas. Sectas que, por el contrario, sí disponen de una ideología clara sobre qué hacer en cada momento.

En el caso del separatismo catalán, la táctica fundamental es ir logrando más y más concesiones del Gobierno de España, mediante chantajes como la amenaza de separación inmediata, hasta decidir en exclusiva los destinos de nuestra Nación, bajo la idea de la inferioridad innata de los españoles «mesetarios» (desde Pompeyo Gener hasta Pujol las páginas del separatismo catalán están plagadas de un racismo nauseabundo). Mientras, de manera constante implantan entre el pueblo llano una cultura exclusivamente catalana, quebrando la identidad española de Cataluña, bien manipulando los topónimos y nombres de calles en el espacio público, bien mediante el día a día de unas aulas donde la inmersión lingüística en catalán convierte al universal español en una lengua clandestina. En el horizonte, la separación y el expolio de una parte cada vez mayor de la Nación Española, no sólo la autonomía catalana sino incluso los delirantes «Países Catalanes».

Desde la Fundación Denaes clamamos por una reorganización de todos los partidos nacionales en torno a la idea común de la defensa de la Nación Española, así como el destierro de todo el confusionismo sembrado por ideólogos vacuos y entreguistas, para poder enfrentar con ideas claras y armas no menos rotundas a los enemigos de nuestra Nación, que cada vez son más y más fuertes, más allá del planteamiento de una legislatura de cuatro años.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.