Un presidente de Gobierno tiene que atender, por encima de todo, al interés de la nación.


1153387842_extras_portadilla_1.jpgLos gobiernos nunca son enteramente libres de ordenar la política exterior según sus particulares apetitos. La política exterior, en sus líneas generales, forma parte de esas materias de Estado que, en los países serios, exigen un cierto grado de acuerdo y continuidad y que, en todo caso, han de subordinarse al interés general de la nación. Un interés que no depende de criterios ideológicos, sino de criterios objetivos que, desde el comercio hasta la defensa, cualquier ciudadano ilustrado está en condiciones de reconocer. Por eso es tan desconcertante la profusión de gestos infantiles del presidente Zapatero, que desdeña gratuitamente el paso de una bandera o, con la misma frivolidad, se retrata con un pañuelo de fedayín palestino en el mismo momento en que la enésima guerra sacude el Oriente Próximo. Cada cual es muy libre de fundamentar su propia posición personal sobre este u otros conflictos, pero un presidente de Gobierno tiene que atender, por encima de todo, al interés de la nación. De la nación española, no de la nación palestina.