1527854741981.jpg«Es una ley de la razón elegir entre dos males el menor». Baruch de Espinosa, filósofo materialista que sabía hablar y escribir en español.

Pedro Sánchez, candidato que obtuvo los dos peores resultados del PSOE en unas elecciones generales y cuyo único mérito electoral ha sido ganar unas primarias a Eduardo Madina y otras a Susana Díaz, ha sido elegido este viernes 1 de junio de 2018 en el Congreso de los Diputados presidente del gobierno de España tras ganar la moción de censura contra Mariano Rajoy con el apoyo de Podemos y los partidos separatistas (cabría decir «valga la redundancia»).

Antes de la moción de censura se llamaba al gobierno de Sánchez «Gobierno Frankenstein». Durante la moción Sánchez llegó a decir: «Me presento por responsabilidad y democracia». Pero no por España, porque Sánchez -como Turrión- es «patriota de la democracia». «No es no» quiere decir «No a España».

El objetivo de Sánchez no es estabilizar el país, no es un interés basado en la eutaxia de la nación, es un interés personal: ser presidente del gobierno, aunque sólo sea por unos meses, y gozar de una pensión vitalicia que le hará vivir del cuento para el resto de sus días (como los demás ex presidentes).

Sánchez es un individuo que ha mostrado públicamente y en varias ocasiones su cretinismo sobre el término «nación». Vamos a tener un presidente que no sabe lo que es una nación, que no tiene ni conceptos ni Idea de nación (como los anteriores presidentes, y así nos va). Ya lo dijo el 14 de abril de 1998 Gustavo Bueno: «los políticos se llenan la boca; pero pactan, negocian, y confunden todo». Y en otra ocasión avisó: «Pedro Sánchez es un tontiloco que tiene mucho de Zapatero». De hecho la simplona Margarita Robles dio un aviso para navegantes en su discurso de la moción: el nuevo gobierno seguirá «el modelo de José Luis Rodríguez Zapatero». Apaga y vámonos, que Alicia vuelve a pensar desde la Moncloa.

La moción de censura ha tenido como casus belli la sentencia del caso Gürtel, que Sánchez catalogó como «fuerza moral» para poner en marcha la moción. Pero ¿en serio se expulsa al gobierno del PP por su corrupción delictiva? ¿Cómo puede sustituirse a un partido corrupto en la jefatura del gobierno por otro partido todavía más corrupto? ¿Es que eso no es del todo una fragante incoherencia? Veamos algunos casos: Filesa, AVE, Arcos, Astapa, CCM, PSPV, Campeón, Flick, Guerra, Harrag, Interligare, Nevada, Limusa, Plaza, EREs, cursos de formación… Mejor parar porque nos quedamos sin espacio.

El portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, llegó a decir que «el PP es Gürtel y Gürtel es el PP». Lo que es tanto como decir que «el PSOE son los EREs y los EREs son el PSOE». Cuando salga la sentencia del caso de los EREs de Andalucía, ¿presentará Podemos una moción de censura contra Sánchez por ser el líder de un partido objetivamente corrupto? Nos da la sensación de que el partido podemita no hará tal cosa dada su corrupción no delictiva. ¿Acaso lo haría Ciudadanos? Posiblemente no lo haría porque vería que no le llegan los votos para tumbar a Sánchez, que cuenta con la confianza de podemitas y separatas.

Tanto en lo delictivo como en lo no delictivo el PP es un partido corrupto, eso es objetivo; pero resulta que no es el único. Y de hecho cabe decir, con todo nuestro pesar, que todos los partidos padecen, en mayor o menor grado, una preocupante corrupción ideológica que corrompe a España en su unidad e identidad.

Por mucho que estemos en la era del fundamentalismo democrático (en la que los políticos, y no sólo el «pueblo llano», son partícipes de tal fundamentalismo y en muchas casos en su acepción más ingenua) Sánchez ha sido elegido en una moción en la que los diputados pueden votar alegremente dándoles la espalda al pueblo (al electorado), que es algo propio de las democracias parlamentarias, ¡qué cosas!

En su intervención en la moción, Aitor Esteban, portavoz del partido racista PNV, llegó a decir: «No tenemos ningún interés en gobernar España, somos un partido vasco». Como si diese a entender que los vascos no son españoles y que viven al margen de España. Y le hizo un guiño a Sánchez diciéndole: «Quiero pensar que hará concesiones. El camino es dialogar». Lo que significa más privilegios para la casta separatista. Esteban tendió la mano a Sánchez y le dijo que el PNV sería su «socio preferente» y que «cuenta con el Partido Socialista y con su persona». Y en esto parece sincero el portavoz aranista (aunque es cierto que la traición es algo que está en el «ADN» del PNV). Y Sánchez le prometió -creemos que también con sinceridad- que se abría un «nuevo tiempo político para España y para Euskadi». Como si éstas fuesen dos unidades y dos identidades diferentes.

También Joan Tardá, el portavoz de ERC en «Madrit», tuvo un arrebato de sinceridad: «En Cataluña tenemos muy clara la diferencia que hay entre un gobierno del Partido Socialista sustentado por Podemos y un gobierno del Partido Popular sustentado por Ciudadanos». Con lo cual está reconociendo que un gobierno de Sánchez sería más cómodo para los intereses separatistas que un gobierno de Rajoy. De todos modos con el gobierno del PP el separatismo ha llegado más lejos que nunca, y así lo reconocía Tardá: «Nunca el republicanismo catalán había llegado tan lejos». Aunque afirmó que «nuestro sí a Sánchez es un no a Rajoy». Pero sobre todo es un no a España (y que conste que la defensa de España no está en Rajoy ni en el PP, como hemos comprobado en estos años). Y concluía avisando: «Siempre estamos abierto al diálogo». Y golpeando el pupitre advertía: «Aquí se tiene que demostrar su talla, señor Sánchez». Y Sánchez le contestó con «abrir espacios de diálogo», «sentar las bases del diálogo», porque -como le dijo un monarca precisamente a uno de la Ezquerra- «hablando se entiende la gente» (sin torre de Babel mediante, of course). Sánchez le señaló a Tardá que los «puntos de unión» entre el PSOE y ERC los encuentra en las «políticas sociales». Algo que, en boca de nuestros políticos, es un flatus vocis que no significa nada, salvo pura demagogia que, lamentablemente, convence a los ingenuos de sus votantes.

Sánchez le dijo a Rajoy que intentaría «tender puentes con el nuevo Govern de Cataluña». Pero los puentes sirven para unir y no para separar. Hay que reprocharle a Sánchez el hecho de apoyarse en los separatistas. Pero también es verdad que ese reproche hay que hacérselo al PP, que se apoyó en el racista PNV para que se aprobasen unos presupuestos, que mantendrá el gobierno de Sánchez, que privilegian al País Vasco en detrimento del resto de España (no hay que olvidar que esto fue posible con los votos de Ciudadanos). También fue así en la época de Aznar, en la que el PP se acostó con los separatistas, con un impresionante cameo con los racistas de Pujol (con «la familia»).

Al llegarle el turno a Turrión, que puede tranquilamente seguir siendo secretario general de Podemos y vivir como la casta, dijo que «hay una nueva España que no cree en los reyes». Y advertía: «Estamos dispuestos a dialogar y a construir una España en la que cabe una nación llamada Euskadi y una nación llamada Cataluña». Es decir, una nueva España que deje de ser España para convertirse en una república bananera «fraterna y plurinacional». Sencillamente esta criatura ridícula no tiene ni pajolera idea de lo que dice, y al igual que Sánchez es un tontiloco que tiene mucho de Zapatero (al que admira abiertamente). Tras la votación y la elección de Sánchez los podemitas aplaudían con las orejas, y eso que se trata del líder de un partido corrupto ad nauseam. El líder podemita le propuso a Sánchez que Unidos Podemos formase parte del gobierno Frankenstein, porque con 156 diputados habría más estabilidad que con 84. También le exigió que este monstruo dure hasta 2020, es decir, que no haya elecciones porque las encuestas no pintan bien para su partido ni para el partido del nuevo presidente. Se trata, en todo caso, de un gobierno que dará más estabilidad para facilitar las cosas a los separatistas, que es para lo que está este Frankenstein. Podemos se ha retratado como los mamporreros del corrupto PSOE y de los racistas que quieren destruir España porque la odian con todas sus fuerzas.

Si tuviésemos una izquierda nacional no tendríamos crisis separatista. Pero no la tenemos, y lo que tenemos es una «izquierda» que durante estos años ha sido cómplice de los nacionalismos fraccionarios, igual que los partidos que son señalados como «la derecha». ¿Acaso le advirtió Sánchez a los separatistas diciendo algo así como: «Si yo soy presidente de España ésta no se rompe»? No, este sujeto habló de «marcos de convivencia constitucional» y demás paparruchas y cretineces parlamentarias que se las lleva el viento. Y en una de sus respuestas a Turrión tuvo un lapsus que tal vez vaya con segundas: «Esta cámara ha hecho un gran servicio a la ciudadanía poniendo fin al gobierno de España».

Con estos partidos políticos, realmente existentes, no parece que haya solución política para España. En todo caso la solución se llevaría a cabo «por otros medios» y sin estos partidos que son como sanguijuelas. Cosa que, aunque hoy nos parezca lejana, e incluso remota, no habría del todo que descartar. Hay que enviar a estos partidos al lugar donde merecen estar: al basurero de la historia. En todo caso, si la nación española resiste a estos partidos… entonces nadie sabe lo que puede España.

Daniel López. Doctor en Filosofía