Honorable.jpgMuchos son los que se han llevado las manos a la cabeza con motivo de las palabras contra España y los españoles del nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña, Joaquín Torra Pla (popularmente conocido como «Quim Torra»). Sorprende que tales palabras hayan sido recibidas como si fuese una cosa inaudita o novedosa. «Qué escándalo, ¡qué escándalo! He descubierto que aquí se juega», como se dice en la célebre película Casablanca

He aquí el «escándalo»:

En Twitter, el que ya es presidente de la Generalidad, dejó en su momento perlas como:

«Fuera bromas. Señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles». «Los españoles en Catalunya son como la energía: no desaparecen, se transforman». «Sobre todo, lo que sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia. Horrible». Y con espíritu maniqueo afirma: «Vivir permanentemente amenazados en el Reino de España o vivir libres en la República Catalana. No hay más». No da para más.

Éstos fueron unos mensajes que el señor Torra borró de su cuenta, ganándose el nombre de «Quim Borra».

Pero más allá de los 140 caracteres, ya de un modo más reposado, «reflexivo», como es propio de un artículo para una publicación, Torra nos muestra sus profundos sentimientos, que no razonamientos, o más bien sus razonamientos envueltos en una locura objetiva; lo que nos trae a esos monstruos que suele crear la «diosa» Razón, tan divina como las demás enfermedades.

«Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con verdín, contra todo lo que representa la lengua… Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay alguna cosa freudiana en estas bestias. O un pequeño estremecimiento en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos! Viven en un país del que desconocen todo: su cultura, sus tradiciones, su historia».

Pero aquí no hay nada nuevo bajo el Sol ni sobre la piel del toro. Aquí lo que hay es el racismo y la xenofobia del separatismo catalán de toda la vida. El separatismo catalán (como el vasco) es racista y xenófobo en su génesis y en su estructura (en su desarrollo histórico); y es como la energía: no desaparece, se transforma (se camufla). De la «craneometría» a la «inmersión lingüística» la línea es clarísima.

Veamos algunos ejemplos ilustrativos:

En 1886 Valentí Almirall escribía en su obra España tal cual es: «Para confirmar la indicación, sólo tenemos que examinar las caracteres de los grupos más marcados. Por poco que profundicemos en tal examen, saldremos convencido de que en la España actual, las diversas razas que la poblaron no se han fundido todavía, sino que, al contrario, el desarrollo histórico las ha llevado a mantener no sólo sino incluso hasta aumentar sus diferencias características» (Francisco Caja, La raza catalana, Pág. 61). Almirall daba una «solución» a esto: «sólo una armonía entre el espíritu generalizador castellano y el carácter analítico de las regiones que forman la antigua confederación aragonesa puede dar la síntesis de una nueva organización del Estado que nos lleve a una vida política y social diferente y nos eleve a los ojos de las naciones cultivadas» (Francisco Caja, La raza catalana, Pág. 61). Todo esto bajo el mito de la Cultura Leyenda Negra mediante. Lo que prueba, una vez más, que el mito de la Cultura está muy vinculado al mito de la raza; y, tras las Segunda Guerra Mundial, aquél se camufla en éste.

En 1887 Pompeu Gener decía en Herejías. Estudios de crítica inductiva sobre asuntos españoles: «España mira hacia abajo. Lo que aquí priva son las degeneraciones de esos elementos inferiores importados del Asia y del África. Ellos son los que predominan, ellos los indispensables para ocupar los puestos elevados, para formar parte de una aristocracia política y literaria que la más de las veces sólo lo es de la inferioridad. Diríase que al echar á los moros, los astures y los castellanos viejos a medida que avanzan iban siendo presa del espíritu africano. Los sarracenos perdían terreno pero ganaban influencia. Así Castilla la nueva se sobrepuso a la vieja, y á Castilla Andalucía, y á Andalucía el elemento agitanado, y éste á toda España. Nosotros que somos indogermánicos de origen y de corazón, no podemos sufrir la preponderancia de tales elementos de razas inferiores, ni la de sus tendencias, y por tanto tenemos un orgullo en disentir de ellos, en diferenciarnos de tales mayorías, en ser heresiarcas en tales ortodoxias» (Francisco Caja, La raza catalana, Pág. 86).

En 1976, cuatro años antes de convertirse en el «Molt Honorable President Pujol», Jordi Pujol i Soley escribía en su obra La inmigració, problema i esperança de Catalunya: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad».

El 27 de septiembre de 2008, el que es hoy líder de Izquierda Republicana de Cataluña, el político preso Oriol Junqueras, escribía en el diario Avui -haciéndose eco de un estudio sobre diferencias genéticas del Medical Center del Erasmus University de Rotterdam y publicado en Current Biology– que la distancia genética es más grande «de norte a sur que de este a oeste». Y, al parecer, «hay más diferencias entre un irlandés y un portugués, o entre un polaco y un griego, que no entre un irlandés y un polaco, o entre un portugués y un griego». Y también: «Hay tres Estados -¡sólo tres!-, donde ha sido imposible agrupar a toda la población en un único grupo genético. En Italia; en Alemania, siguiendo la vieja frontera lingüística entre el alemán marítimo y el continental; y en el Estado español, entre españoles y catalanes». Y concluye: «En concreto, los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos. Mientras que los españoles presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses».

Como vemos, el racismo de Torra es heredado por mediación del «Espíritu Objetivo» de esa locura objetiva llamada separatismo catalán. El racismo de Torra no es un racismo «científico» sino un racismo vulgar, un racismo propio de la chabacanería del filisteo. El racismo de un hombre (que no una bestia, sino un español enfermo) que vive en un país (España) del que desconoce todo: su cultura, sus tradiciones, su historia.

Daniel Miguel López Rodríguez. Doctor en filosofía