quim-torra-efe.jpgQue Cataluña vuelva a la normalidad fue la consigna que se instaló en el Gobierno de la nación cuando apenas se atisbaba la investidura de un nuevo President para esa comunidad autónoma. La normalidad era el anhelado bálsamo que debía llegar «cuanto antes» y «limpio». Finalmente, tras el último corte de mangas escenificado con pompa en el Palacio de la Generalidad, la normalidad con la que Mariano Rajoy quería «mirar hacia adelante» para erigir «algo positivo» ha regresado. Y esa normalidad se llama hoy Quim Torra.

Recelando acaso de lo beneficioso o conveniente de dicha consigna, muchos se cuestionan ahora qué significa la «normalidad». Es muy sencillo; basta acudir al diccionario para saber que lo normal es aquello «que se halla en su estado natural», «que sirve de norma o regla», o «que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano» (RAE). Siendo así, no cabe más que constatar que Torra —pese a lo que pudiera pensarse— no es un anormal, un sujeto que se salga de la regla. Al contrario, el de Blanes es un tipo corriente que dice y hace conforme a su «estado natural», por lo que a nadie debiera sorprender el nutrido muestrario de insultos y ofensas que dedicó a los españoles en los tuits que han recuperado y publicado algunos medios de comunicación en los últimos días. Es perfectamente normal que Torra, en su «estado», crea que los catalanes viven «ocupados por los españoles desde 1714», y que si siguen así correrán «el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles». No es menos usual que deteste la supuesta «mala educación» y «pijería española», ni que considere que España «esencialmente, ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando», ni tampoco que afirme que «todo lo que ha sido tocado por los españoles se ha convertido en fuente de discriminaciones raciales, diferencias sociales y subdesarrollo». Torra no es una rara avis, un verso suelto, una nota discordante, o sencillamente un excéntrico o un desequilibrado… y quizá eso sea lo más grave.

El «estado natural» del flamante President no es más que la execrable herencia del racismo nacionalista que, en sus múltiples y diversas manifestaciones, tan minuciosa y acertadamente analizó el profesor Francisco Caja en su obra La raza catalana. Quim Torra exuda un racismo legado de personajes como Valentí Almirall (1841-1904), el célebre Doctor Robert (1842-1902), Pompeyo Gener (1848-1920) o Daniel Cardona (1890-1943), entre otros. Sólo desde estas coordenadas cabe interpretar sus palabras al rebajar a los españoles a la condición de animales: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua. Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos!».

El ínclito President tan solo es una personificación de la Cataluña de la normalidad. Una desdichada Cataluña en la que no es insólito el hostigamiento a los jueces que no se someten a la normalidad impuesta; en la que no es inusual falsear hechos históricos; en la que no es anómalo el adoctrinamiento de escolares en el odio a España; o en la que no se considera una aberración inadmisible que algunos hospitales y centros de investigación vinculados a la Generalidad estén estudiando «qué diferencia la genética catalana de otras». Una aciaga Cataluña en la que la norma es hablar de «presos políticos», de falta de libertades y de la voluntad de todo un pueblo, mientras se desobedecen leyes y se incumplen sentencias judiciales. Una Cataluña delirante en la que lo común es despreciar y humillar sin piedad al charnego, retirar la bandera española de los edificios oficiales o usar los clubes deportivos como instrumento político, al mismo tiempo que la televisión pública compadrea con terroristas como Carles Sastre (condenado por el asesinato de José María Bultó en 1977) o Josean Fernández (el etarra condenado por matar a Rafael Vega, un comerciante cuya esposa, tres meses después del asesinato de su marido, acabó suicidándose).

En consecuencia, la cuestión no es tanto preguntarse qué es la normalidad como a qué normalidad nos referimos, es decir, a qué «estado natural», «norma» o «regla» desea regresar el Gobierno español. Mal planteada la cuestión, no será posible desentrañar la capciosidad de la consigna gubernamental señalada al inicio, ni tampoco comprender adecuadamente lo que una aplicación rigurosa del artículo 155 podría haber supuesto para la normalidad en Cataluña. En suma, acaso la pregunta correcta debiera ser: ¿cuál queremos que sea la normalidad española?

Francisco Javier Fernández Curtiella. Doctor en Filosofía