hacienda-y-pnv-retoman-la-negociacion-de-los-presupuestos-con-una-reunion-secreta.jpgLa negativa del PNV a respaldar los Presupuestos Generales del Estado de 2018, presentados por el ministro de Hacienda y Función Pública, Cristóbal Montoro, se ha venido calificando como un «chantaje» apenas disimulado de los nacionalistas vascos. La forma de expresar este chantaje es muy sencilla, basta una oración condicional: si se mantiene en vigor la aplicación del artículo 155 en Cataluña, no habrá apoyo del PNV a los Presupuestos. Más allá de consideraciones de orden moral sobre este chantaje, la postura del PNV me parece de una coherencia exquisita con el discurso que históricamente ha justificado el nacimiento y pervivencia del nacionalismo en el País Vasco.

El no del PNV a los Presupuestos antepone la finalidad última de su ideología al chaparrón de millones para el País Vasco pactado con el Gobierno antes de verano, cuya concreción sería una mejora notable del cupo y un aumento significativo de las inversiones destinadas a la llamada «Y vasca» (el tramo de la alta velocidad que pasa por esa Comunidad Autónoma). En este sentido, el lema que presidía este año la celebración del Aberri Eguna (día de la patria vasca) de la formación jeltzale es una muestra suficientemente elocuente de dicha finalidad: «Nuestro futuro, nuestra patria». Y las palabras del lendakari en el acto, en solidaridad con los separatistas catalanes desplazados para la ocasión hasta la Plaza Nueva de Bilbao, un ejercicio de sinceridad y una apelación directa a las raíces del partido; a ese «pasado de defensa de nuestros derechos, soberanía y autogobierno». Es coherente.

Ni siquiera la advertencia del ministro Montoro en el Congresos de los Diputados —«A todo el mundo le interesa aprobar estos Presupuestos»— ha tenido la más mínima repercusión en el ánimo de los nacionalistas; más bien ha dejado al descubierto otra vez la debilidad patológica del Gobierno central. La patria vasca ha de estar siempre por encima de cualquier beneficio material que pudiera derivarse de una relación con España; en congruencia con lo que ya sostenía Sabino Arana, fundador del PNV, en varios de sus artículos: «si fuese moralmente posible una Bizcaya foral y euzkeldun, pero con raza maketa, su realización sería la cosa más odiosa del mundo, la más rastrera aberración de un pueblo». Así, «ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor» (Bizkaitarra, nº4). Sigue la coherencia.

El enemigo es España y no cabe connivencia o pacto alguno con esa nación oscurantista y opresora de libertades. En el referido acto, Andoni Ortuzar, presidente del órgano ejecutivo del PNV (el Euzkadi Buru Batzar), con unas formas algo más rústicas que las del lendakari Iñigo Urkullu, se quejó amargamente del «autoritarismo» del «rancio nacionalismo español», exigiendo que cese «la amenaza y la coacción» sobre Cataluña. Añadió que «no queremos gente en la cárcel por defender ideas políticas. Nosotros no queremos que sean los jueces quienes, por encima de la voluntad popular, decidan quién puede gobernar y quién no». Muy acorde con la asunción compartida por todo buen nacionalista de una opinión inconmovible: los políticos catalanes que ahora están en prisión, lo están únicamente porque tuvieron la osadía de exponer públicamente sus ideas. Y no menos acorde con el desprecio a la división de poderes y al Estado de Derecho que ha caracterizado desde su origen el discurso nacionalista; «Antiliberal y antiespañol es lo que todo bizkaino debe ser» (S. Arana, Bizkaitarra, nº1). Persiste la coherencia.

Conviene no apoyar nada que venga de los españoles, dadas sus costumbres degeneradas y una repelente naturaleza, tanto física como intelectual, que es inferior a la vasca. Sin ir más lejos, a Ortuzar se le ocurrió adornar su alocución refiriéndose a las creencias y costumbres de los cuatro ministros del Gobierno que durante la Semana Santa asistieron al desembarco y traslado del Cristo de Mena, mientras entonaban El novio de la muerte. Con tono socarrón, preguntaba: «¿Habéis visto el vídeo de los cuatro ministros cantando el himno de la Legión? Si tenéis un momento de bajón, ponéroslo porque os vais a reír un montón». En el trasfondo del comentario, esa recurrente pulsión supremacista, tan habitual en el ámbito nacionalista y tan arraigada en aquellos afectuosos comentarios que el padre de esta ideología empezó a dedicar con profusión a los españoles («maketos», para el racista de Abando). Sólo dos ejemplos. 1) «El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón» (Baserritarra, nº11). 2) «…purifiquemos nuestras costumbres, antes tan sanas y ejemplares, hoy tan infestadas y a punto de corromperse por la influencia de los venidos de fuera». (La Patria, nº39). Se mantiene la coherencia.

Quien no quiera verlo que cierre los ojos o que mire para otro lado, pero el discurso del PNV es coherente con la ideología de su fundador y se mantiene fiel a los propósitos que históricamente han orientado toda su acción política. No obstante, esto demuestra dos cosas. En primer lugar, que la coherencia, en contra de lo que habitualmente se cree, no es en sí misma una cualidad. Dicho de otro modo, no porque algo sea coherente ha de ser bueno o aceptable. Y en segundo lugar, que el discurso del nacionalismo vasco es tan sólo el viscoso aglutinante ideológico que conserva la adhesión de sus convencidos votantes. Y es que, por más que le repugnara al mismísimo Sabino Arana, la realidad existente demuestra a diario que sigue habiendo proyectos, fines e intereses compartidos entre los vascos —sean o no euskaldunes— y el resto de españoles; «roces» de los que el PNV, como cualquier otro partido político, procurará obtener beneficios… aunque sea por medio del chantaje.

Francisco Javier Fernández Curtiella. Doctor en Filosofía