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No hay político, sea del partido que sea, que no haga un discurso (que ya cansa de tanto ser repetido), en el que se ensalza la labor de la pequeña y mediana empresa, predicando que los autónomos, el pequeño comercio y los auto-empleados son el sector productivo de la sociedad que más empleo crea y al que hay que proteger de una manera especial.

Se insiste además, justamente, en que los centros de las ciudades atraen al visitante y al turista, precisamente por la alegría y sensación de comodidad y prestigio que infunde un comercio tentador, elegante y sumamente especializado, donde el trato al cliente y la atención personal son el complemento perfecto del placer de visitar la ciudad..

Toda esta homilía, sin embargo, se corresponde muy mal con las actitudes que a los diferentes gobiernos, y también a los sindicatos, se les ocurren para favorecer al referido sector. La última ocurrencia es instar al pequeño comercio para que abra sus establecimientos de sol a sol, con absoluta libertad de horarios, con lo que, según dicen, podrá competir en igualdad de condiciones con las grandes superficies, a las que se les permite abrir los domingos y fiestas de guardar sin ningún inconveniente.

Hoy que en España ya no trabaja prácticamente nadie, desde el mediodía del viernes hasta el lunes y que esta rebaja en las horas laborales se exhibe como una gran victoria de la clase trabajadora frente al capitalismo, los sindicatos y los políticos fundan una nueva clase que podríamos denominar «Los esclavos del mostrador».

Los pequeños no pueden soportar el horario continuado, eso lo sabe todo el mundo, porque si son auto-empleados, se les condena a vivir en su tienda, sin fiestas ni reposos, y si tienen que aumentar su plantilla para poder turnarse en la atención al público, el negocio no dará para tanto, ya que no por abrir más horas van a aumentar las ventas, así que la mal llamada libertad de horarios no es otra cosa que favorecer que el pez grande se coma al chico.

Una reglamentación igualitaria para grandes y pequeñas empresas sería lo justo, con horarios racionales y nunca exhaustivos, con regulación y orden de mercado y, desde luego con prohibiciones de ventas ambulantes tercermundistas y establecimientos con patente de corso para abrir día y noche (véanse los comercios de los chinos).

Un paseo por las calles de las ciudades (incluso de las importantes) basta para ver la gran cantidad de locales que han cerrado sus puertas y el futuro que les aguarda a los pequeños comerciantes, si no se piensa en ayudarles de forma racional. Y esa racionalidad es: horario igual para todos y descanso igual para todos. Lo demás es o pura ignorancia o sensible mala fe.

En DENAES creemos que defender al pequeño empresario es también, y en no escasa medida, defender a España. Otros países de nuestro entorno –como dice el vulgarismo al uso– saben que, como hemos dicho líneas arriba, una ciudad se hace atractiva precisamente por el pequeño comercio que la alegra y la vivifica, tienta al comprador nativo o turista, y hace circular el dinero, lo que es también una buena forma de crear riqueza. De ello deberían de tomar buena nota nuestros políticos.

Pero lo que de verdad preocupa al Ministerio de Hacienda y a la Agencia Tributaria, es únicamente la recaudación de impuestos, olvidando que el tan cacareado Estado del bienestar, es precisamente la protección de quienes crean esa riqueza y esos puestos de trabajo, pero tal parece que el pequeño industrial y comerciante es un ente que no merece mayor atención y que los puestos de trabajo que crea (dos o tres por unidad comercial), son de segunda categoría. No se ponen en huelga nunca y no plantean los problemas con el cese de su actividad como lo hacen las grandes industrias.

¡Qué gran equivocación!