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Como cada semana, las noticias políticas y económicas tanto nacionales como internacionales han sido de lo más jugosas. El espectáculo estadounidense con Donald Trump sigue su marcha, así como el «problema islámico»; y en España las peleas y desigualdades autonómicas, VI Conferencia de Presidentes mediante —con secesionistas ausencias—, siguen su marcha. Pasando por las bochornosas y repugnantes manifestaciones proetarras, apoyadas por el partido no nacional Unidos Podemos. A lo que hay que añadir nuevos casos de corrupción, como las detenciones ocurridas en Asturias a varios miembros del sindicato UGT. Pero no trataremos esta vez sobre ninguno de estos casos, sino sobre los efectos que suelen causar estos casos, a saber: el ruido ideológico.

Como en DENAES hemos señalado a menudo, es importante saber distinguir entre el plano político, el plano de la política real —hay quien prefiere utilizar el término alemán Realpolitik— y el plano de la propaganda. Que, si no son cosas separadas, antes al contrario, sí son distinguibles. Sí deben ser distinguidas. ¿Cuál es el precio de no saber distinguir? Uno bastante peligroso y cercano: caer en el reino de la demagogia. Ya avisaban los clásicos griegos de la facilidad con que en democracia se pasa a su corrupción, a la demagogia, al triunfo de la manipulación. Y en nuestros días la creciente censura —vía corrección política— y el bombardeo masivo de información y noticias cumplen ese error interesado a la perfección. Cuando una nación se instala en la retórica, cuando una sociedad pierde el suelo bajo sus pies, se pierde.

Tan sólo hay que acercarse unos minutos a las redes sociales para observar esto con cierta alarma. Pero no seamos ingenuos, la manipulación y desinformación siempre ha existido. Ya fuera por la prensa, por la radio, por la televisión o los medios que fueran. Internet, sin embargo, ha elevado esto exponencialmente, y las redes sociales, donde todo usuario parece ser catedrático, aún más. Ha aumentado el interés por informarse, y eso es bueno, pero ha disminuido el interés, el tiempo y la escéptica distancia para analizar aquello sobre lo que cada uno se informa. Todo esto está llevando a la extinción de algo que para una democracia sana es fundamental: el debate, que se ha sustituido por el ruido ideológico. Un ruido se contrarresta con otro. Cada vez los enconos ideológicos y los odios y desprecios entre bandos es mayor, empezando por los mismos partidos políticos. Y es que los políticos, que se dedican continuos desprecios, burlas e insultos, han olvidado que al hacer eso entre ellos lo están haciendo con quienes les votan. Y quienes les votan, además, les imitan.

Este escenario es perfecto caldo de cultivo para el triunfo de la demagogia, preludio de la tiranía. Así pues, desde DENAES queremos advertir a nuestros lectores, así como a los partidos y la nación en su conjunto, de la necesidad de esforzarse por sustituir esta situación por otra en la que no se juzgue con las entrañas sino con la cabeza. Una situación en la que la argumentación y la adecuada información —lo cual es también responsabilidad directa de cada ciudadano— sustituya al insulto y al desprecio. Todo esto, aunque no mata —al menos de forma inmediata— no deja de ser un tremendo peligro. Que sí puede llevar a muchos males a largo plazo.

Fundación por la Defensa de la Nación Española.