Resulta difícilmente creíble que los graves delitos que ha cometido la consentida banda de Mas reciban el duro castigo que merecen


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Fiel a su habitual estilo, un destacado grupúsculo de profesionales de la sedición se pasearon por Madrid camino del Tribunal Supremo, donde el primero de ellos, Francesc Homs, ex portavoz de la Generalidad de Cataluña, con su espalda palmeada por sus compañeros de fechorías, hubo de declarar ante el juez acusado de graves delitos. Homs, como es ya costumbre, se vio arropado, ¡en las calles de la centralista Madrid!, por destacados miembros de las diversas sectas catalanistas tales como el tosco republicano hispanófobo Tardá, y destacados corruptores de la enseñanza y la justicia como Irene Rigau y Santi Vila. A ellos se sumaron, entusiastas, las voces de conspicuos miembros de Podemos, es el caso de Echenique, quien de nuevo lamentó que se juzgue al alguien “por poner urnas”, y se deje sin hacerlo a los del 3%. Una prueba más de hasta qué punto Podemos, refinado subproducto del actual sistema político, es un partido disolvente de España cuyos miembros son incapaces de discriminar entre corrupción delictiva y corrupción no delictiva.

La escena, insistimos, ha tenido los componentes característicos de una película de gánsters en la cual una banda matonil trata de amedrentar a unos jueces que actúan con enorme lentitud y claramente inclinados a consentir todo aquello que menoscabe a la Nación española. Una banda consentida durante décadas por sus cómplices en los sucesivos gobiernos de la Nación, que encontrará su más radicalizada sustitución cuando los infantes adoctrinados en las escuelas en las que se proscribe el español, accedan a los cargos que dejarán vacantes, movidos por la lógica renovación biológica, sus actuales detentadores.

Mientras todo ello ocurre en Madrid, mientras estos arrogantes y victimistas sujetos, con Arturo Mas a la cabeza, se dedican a desafiar a los jueces e incluso se permiten, es el caso de Homs, manifestar que los togados ya han redactado, en un flagrante acto de prevaricación, su sentencia; o incluso insinuar que alguien desde el gobierno de Rajoy les sugirió una celebración de referéndum de perfil bajo…, en Cataluña, la vida política sigue su curso. Un curso que ha dejado una fotografía que invita a la interpretación: la que unió a Puigdemont con su homólogo Puig, en el contexto de la así llamada por los medios de comunicación, «segunda cumbre» cuyo objetivo es hacer un frente común a favor del corredor Mediterráneo. La instantánea ha sido vista como el inicio del deshielo entre el PSOE y las fuerzas sediciosas con las que ya gobernó en Cataluña, trenzando incluso un cordón sanitario al que se deben muchos de los males que hoy acusa la vida política española. El trasfondo de tal deshielo bien pudiera ser el acuerdo que Pedro Sánchez pretende establecer, a cualquier precio, con formaciones obsesionadas con la balcanización de la España que ansía gobernar.

La foto también permite ver hasta qué punto, al margen de la idoneidad de la puesta en marcha de un tal corredor que en todo caso debiera ir orientado al beneficio de la Nación, mientras en la vanguardia política los representantes de Cataluña actúan como auténticos delincuentes que en condiciones normales debieran dar con sus huesos en prisión; en la retaguardia, dentro de su habitual estrategia, siguen reclamando al Estado todo tipo de ayudas e incluso privilegios como el consistente en salvar la quiebra económica a la que han conducido a su región mientras destinan ingentes recursos a la organizaciones y actos separatistas.

Ambas escenas han de completarse con una tercera, aquella que se desarrolla entre bambalinas, en la biocenosis catalanista de la que tantos elementos viven o pretenden vivir. En efecto, las organizaciones catalanistas son múltiples y diversas, como numerosos son los meritorios que tratan de abrirse paso en lo que se ha mostrado como un jugoso negocio: el desprecio a España. Prueba de tal forcejeo es el hecho de que un renegado del PSC, Ernesto Maragall, ha advertido que impedirá que la vieja Convergencia, hogaño convertida en Partido Democrático Catalán, cambie su nombre por el de Partido Demócrata Europeo Catalán, pues al parecer tal marca ya la tiene registrada el hermano Pascual desde hace casi dos décadas. La anécdota encierra no sólo esa pulso que juegan diversas familias sabedoras del mucho dinero que hay en juego, sino hasta qué punto los catalanistas sufren de un patológico papanatismo europeísta que también aqueja a aquellas formaciones que han surgido como contestación a los clásicos partidos asociados a la célebre burguesía y el Liceo.

Desde la Fundación DENAES no podemos más que contemplar esta serie de hechos con enorme preocupación, pues dada la experiencia acumulada, resulta difícilmente creíble que los graves delitos que ha cometido la consentida banda de Mas reciban el duro castigo que merecen. No obstante, dentro de una España de muy difícil gobierno, de una polarización tal que impide siquiera el acuerdo en cuestiones tan graves, sólo cabe mantener la firmeza crítica a la espera que gobernantes y jueces estén a la altura que se les debe exigir.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española