Además de constatarse la ya habitual situación de bloqueo parlamentario que caracteriza a nuestra Nación desde los comicios del 20 D, los sediciosos han aprovechado el Debate de Investidura celebrado esta semana para exhibir músculo y seguir amenazando a España


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Terminó el descanso estival tras el cierre del curso político con las pasadas elecciones del 26 J, y la situación de la Nación Española, en lo que se refiere a las posibilidades de formación de un gobierno, sigue siendo igual de inestable. Sí es cierto que el Partido Popular logró un resultado mejor de lo que las encuestas demoscópicas pronosticaban, lo que a la suma del acuerdo de mínimos con Ciudadanos les otorga una mayor posibilidad de formar gobierno, 170 votos frente a los escuálidos y ridículos 130 con los que PSOE y el proteico partido naranja pretendieron desbloquear una situación que ellos mismos habían bloqueado. Sin embargo, el candidato Mariano Rajoy tendrá sin que negociar en un plazo de urgencia 11 abstenciones, para que en la inminente segunda votación consiga ser investido presidente.

En el debate de investidura, iniciado el 30 de Agosto, todo transcurrió sin novedad alguna dentro de la habitual contienda que sostienen los dos grandes partidos nacionales; tuvimos ocasión de escuchar el ya clásico y digno de memes «no es no» del líder del PSOE, Pedro Sánchez, motivado en parte por su necesidad de aferrarse a un cargo que, en caso de formarse un gobierno que no sea el suyo, dejará de pertenecerle en un hipotético congreso socialista para afrontar una nueva legislatura en la oposición con un líder renovado.

Pero el «no es no» que Sánchez no se cansa de repetir cada vez que tiene ocasión, también está inspirado por una realidad insoslayable: los partidos políticos no son meras divisiones de una ilusoria «voluntad general» que puedan unirse en un «gran consenso» por encima de sus diferencias partidarias. Los partidos políticos son en efecto partes diferenciadas dentro de la sociedad política, en conflicto unas con otras y cuya obligación como tales partes es su legítima aspiración a gobernar y a impedir que la otra parte lo haga. Si tales partes se echaran a un lado, ello significaría su descrédito ante los electores que les votan.

Sin embargo, la investidura fallida de Rajoy en su primer intento, nos permitió comprobar de nuevo cómo las sectas separatistas, esos pseudopartidos políticos que aprovechan de los formalismos legales que les permiten presentarse a las elecciones con una sobrerrepresentación evidente, y sentarse en el Congreso de los Diputados como si fueran partes genuinas de nuestra Nación, prosiguen con su secular amenaza contra España. No podía faltar el bufón Tardá, de ERC, o Convergencia, un partido cada vez más ridículo y agonizante, parte indisoluble de la corrupción y putrefacción de la Nación Española.

Pero lo más preocupante, al menos en el contexto de esta investidura, fue el resurgir del Partido Nacionalista Vasco en sus aspiraciones de homologarse a las altas aspiraciones de los sediciosos catalanes, protagonistas casi absolutos desde hace más de una década en lo que a las amenazas sobre nuestra Nación se refiere. Concretamente, el portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, Aitor Esteban, confesó a los medios de comunicación que ni el discurso de investidura de Mariano Rajoy ni su acuerdo con Ciudadanos le invitaban a ofrecer su voto positivo. Literalmente, que Rajoy «no quiere el voto del PNV», y que no se lo otorgarán mientras no cambie por completo el contenido de su discurso. Concretamente, mientras no reconozca que el País Vasco es una nación independiente de España, y en consecuencia se avenga a negociar un nuevo Estatuto de Autonomía; o, como dijo literalmente el líder del grupo sedicioso en el Congreso, «un nuevo acuerdo bilateral con el Estado», reconociendo que los vascos son «una nación con voluntad mayoritaria de ser así considerados».

Esteban, como buen sedicioso, ha sentido pavor al escuchar a Rajoy que será garante de los pilares de la estabilidad y la unidad de España, de la patria común de los españoles como bien ha dicho en su discurso de investidura. ¡Qué menos de quienes han hecho de su carrera política el parasitar a nuestra Nación a cambio de lograr avanzar más y más en la debacle de nuestra patria, con vistas a formar unas delirantes naciones fraccionarias! Con una sinceridad que sin embargo se agradece, para que sepamos qué clase de sujeto es, Esteban afirmó que «El PNV no nació con la vocación de ser el partido que proporcionase la estabilidad a España a costa de sus principios, sino para dar cauce al reconocimiento nacional vasco y la articulación de su soberanía».

Está claro que si, desde los foros más pánfilos de nuestra democracia coronada, se alude constantemente al «consenso» como fórmula mágica que nos permitió pasar del denostado franquismo a la democracia actual, al cual se acude como remedio a esta situación de bloqueo, los apologetas de esa piedra filosofal debieran constatar que los separatistas no han cedido un milímetro desde la Transición democrática en sus aspiraciones secesionistas, teniendo que ser los partidos nacionales los que intentaran, sin éxito, contentar a estas sectas para intentar sacar adelante el nuevo régimen. Claro que si definimos el consenso como una situación oscura y confusa, donde todos podemos concordar en una idea sin aludir a los motivos a los que nos aferramos, entonces veremos el «consenso» como una idea fuerza peligrosísima, donde el presunto acuerdo esconde unas diferencias incorregibles: los sediciosos se sumaron al consenso constitucional, porque en sus costuras mal aseguradas («nacionalidades históricas», Estatutos de Autonomía) vieron la plataforma ideal para abordar la independencia de España que con tanto ahínco piden hoy, casi cuatro décadas después.

Lo más gracioso de todo es que el representante del PNV en el Congreso, en la réplica al discurso de Rajoy, habló de «discurso rancio» de parte del aspirante a la presidencia. Como si la fabulosa e ilusoria nación vasca pudiera ser algo de lo más moderno y actual, como si la Nación Española fuera algo postizo y los vascos un pueblo elegido para liberarse de las cadenas de esa «cárcel de pueblos» que les niega su libertad. Considerable delirio el que defiende el señor Esteban, envuelto en una verdadera cerrazón, que deja en nada al ya paradigmático «no es no» del señor Pedro Sánchez.

Desde la Fundación Denaes constatamos que la vuelta a la rutina política no sólo nos deja la misma sensación de bloqueo parlamentario que amenaza con conducirnos a unas terceras elecciones consecutivas, sino el recrudecimiento de la amenaza separatista, ahora desde la tribuna de la secta del PNV, dispuesta a una huida hacia delante no menos preocupante que la propiciada por Convergencia hace ya cuatro años, y que se convierte en un punto candente de una actualidad nacional sometida a cada vez más incertidumbre y convulsión.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.