Desde la Transición democrática, el fenómeno del separatismo en regiones periféricas de la Nación Española, ha venido acompañado de flagrantes intentos de destruir la identidad española de esas regiones, con resultados devastadores no sólo para los afectados, sino incluso para las sectas que han ejecutado tan nefastas medidas


inmersion_linguistica_catalan.jpg

Uno de los sintagmas favoritos de los separatistas, en las regiones de España donde pretenden aplicar la sedición, es el de «lengua propia». Invocando que en el País Vasco o Cataluña existe una «lengua propia», que debe ser protegida y mimada frente al «imperialismo» del español (reducido a la insignificancia mediante el eufemismo de «castellano»), se justifican todo tipo de políticas destinadas a eliminar la lengua española, la lengua oficial y común en toda nuestra Nación, del espacio público: ya sea mediante onerosas multas a los comerciantes que rotulan sus establecimientos en español, o bien mediante la brutal implantación de unas políticas de inmersión lingüística en la lengua cooficial, que en realidad pasa a ser la única lengua oficial de esa futura nación independiente, cuyos primeros pasos se darán logrando que la lengua común de España desaparezca, y por lo tanto quiebre la identidad española de las comunidades autónomas donde se aplique.

Sin embargo, en este aspecto las expectativas de los separatistas no sólo no progresan como a ellos les gustaría, sino que además la tendencia es incluso a la baja. Las estadísticas son claras respecto a los gustos de los españoles residentes en Cataluña: incluso organismos ligados a la Generalidad detentada por los separatistas catalanes, se señala que dos de cada tres residentes en la comunidad autónoma prefieren leer libros escritos en español, y tres cuartas partes de ellos sólo verán una película si sus diálogos son en español. Barcelona, tradicionalmente la capital literaria de España, pues en ella es donde mayor número de ejemplares literarios se han impreso en toda nuestra Nación, hoy sin embargo se encuentra claramente a la baja en este aspecto: Madrid ha sustituido a Cataluña como capital de la edición en español. Todo gracias a esas políticas de inmersión lingüística en catalán que tanto han mermado el negocio editorial y los propios recursos humanos dedicados a la corrección, al disminuir también en un buen número de catalanes su comprensión de la lengua española, por la diglosia que produce la inmersión en una lengua vernácula.

Todo un baño de realidad para quienes defienden, con todo el cinismo y descaro posibles, que en Cataluña la lengua propia es el catalán, y el español es una suerte de habla impostada. Y es que desde el siglo XIII en Barcelona se ha utilizado el español como lengua habitual de comunicación, dadas las relaciones fluidas que mantenía la Corona de Aragón con la de Castilla, dentro del proyecto común de la Nación Española en el que se encontraban inmersos; Barcelona es la ciudad donde más libros se han editado en español tradicionalmente. De hecho, en Barcelona se realizaron importantes ediciones de El Quijote de Cervantes, y fue en la ciudad condal donde se editó todo un clásico en la defensa de nuestra Nación, frente a la visión deformada que nuestros enemigos han proyectado hasta nuestros días: La Leyenda Negra de Julián Juderías, en 1914.

Si algún atisbo hubo de considerar al catalán como «lengua propia» en Cataluña fue hasta el siglo XIX, época donde cerca de la mitad de la población hablaba el lemosín, nada que ver con lo que hoy se conoce como catalán, invento surgido del laboratorio de Pompeyo Fabra hace unos cien años. El lemosín que hasta el siglo XIX usaban los catalanes es el mismo que cita Carlos Aribau en su Oda a la patria de 1832. Lemosín por otro lado intrascendente, pues en Barcelona se hablaba español con fluidez desde el siglo XIII, y ya desde tiempos de Fernando de Antequera, el Trastámara que ocupó el trono aragonés tras el Compromiso de Caspe en 1412, se hablaba español de manera oficial incluso en los territorios mediterráneos fuera de la Nación Española pertenecientes a la Corona de Aragón. Lo mismo se aplica para los vascos y el eusquera tradicional, tan alejado del actual habla de laboratorio. Pero fue precisamente en la época decimonónica cuando, en lugar de reforzarse la lengua vernácula, la emigración recibida proveniente de otros lugares de España producto de la concentración industrial en la región, provocó que el español imperase como lengua normal de comunicación en Cataluña.

Como consecuencia de esta deriva, aquellos partidos políticos que en los orígenes de nuestra democracia coronada, en la Transición democrática, se decidieron bien a la defensa de los intereses de las grandes masas de trabajadores emigrados desde otras partes de la Nación Española a Cataluña, como el Partido Socialista de Cataluña, o incluso aquellas formaciones nacionalistas que fueron considerados, tanto por sus votantes como por los medios de comunicación patrios como una suerte de democristianos moderados, como fue durante mucho tiempo la caracterización de la Convergencia de Jorge Pujol (!considerado nada menos que «Español del Año» por el diario ABC en el año 1984!), hoy día han visto cómo sus expectativas electorales han caído en picado: Convergencia sólo mantiene un trece por ciento de intención de voto en unas hipotéticas elecciones autonómicas catalanas, asumiendo el radicalismo de las CUP o el cinismo de En Común Podemos los dos primeros lugares, y el PSC otrora depositario del voto obrero en Cataluña camina hacia su conversión en una fuerza política marginal. El catalanismo y la querencia por la independencia, aun de forma tibia, han tenido efectos devastadores en ambas formaciones.

Claro que los partidos más radicales y partidarios explícitamente de la independencia unilateral (eufemísticamente denominada «desconexión») respecto a la Nación Española, tampoco son excesivamente gallardos: se conforman con alborotar las calles y proclamar la desobediencia civil, al calor de los disturbios que el Barrio de Gracia de Barcelona está sufriendo estos días, pero postergan a dieciocho meses (o más) la famosa independencia y asumen que la deuda catalana es deuda española (Oriol Junqueras dixit).

La escasa viabilidad de practicar la brutal inmersión lingüística en la lengua vernácula catalana desde la Transición democrática, que ha causado un considerable daño a esas nuevas generaciones de españoles residentes en Cataluña, cuyo conocimiento del español se está viendo disminuido respecto a sus mayores, con los graves problemas de comunicación y diglosia que les marcará a lo largo de su vida, es sólo un síntoma de lo que le espera a una futurible Cataluña independiente: sin su identidad española, separada de la realidad de la lengua española, se convertirá en una nación flotante, alejada por completo de una comunidad de más de 400 millones de hispanohablantes en todo el mundo, la segunda justo por detrás del inglés, con todo lo que ello supone.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.