Entre las amenazas interiores contra la identidad y la unidad de la Nación Española, figuran no sólo las sectas separatistas que pretenden arrebatar parte de su soberanía, sino también quienes menosprecian la lengua española en favor del inglés


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Ahora que los sediciosos catalanes vuelven a recular, como han hecho siempre, y reducen su declaración separatista a una mera «declaración de intenciones» [sic] sin efecto jurídico alguno, un mero debate dentro de los cauces de la «libertad de expresión» [sic], conviene detenerse en algunos de los detalles que han caracterizado toda esa pantomima. El más llamativo es sin lugar a dudas el aprecio que estos sediciosos muestran por la lengua inglesa, que han utilizado en diversas comunicaciones con otros países soberanos, incluso aquellos que tienen como lengua oficial el español, seguramente por el prestigio que goza el inglés de ser la «lengua de comunicación internacional».

Sin embargo, poco prestigio puede poseer dicha lengua en manos de unos politicastros que, a lo máximo que podrán aspirar, es a realizar uno de los numerosos farfullos y balbuceos que se escuchan dentro de las instalaciones aeroportuarias. En realidad, semejante uso no implica más que un triste reconocimiento: en el actual mundo globalizado ninguna lengua vernácula minúscula, por más que sea elevada a la condición de lengua oficial de una nación, puede servir como elemento de comunicación más allá de sus estrechas fronteras. Un ciudadano de semejante artificioso país, una nueva Eslovenia, Bosnia o Albania, no podría entenderse con el resto del mundo en catalán, sino que tendría necesariamente que utilizar una lengua con pretensiones de universalidad. Descartado el español por los mismos motivos por los que semejantes separatistas pretenden dejar de ser españoles, tendrían que utilizar como «lengua vehicular» el inglés.

La sorpresa sin embargo no termina aquí: no sólo los separatistas antiespañoles pretenden dejar de hablar en español para hablar en inglés, sino que personajes de la política española tenidos incluso por patriotas, no paran de ensalzar la lengua y cultura inglesas, consideradas como «el futuro», mientras el español es reducido a una mera lengua del nivel semejante al noruego, el sueco, el danés o cualquier otra lengua europea cuyo número de hablantes no llegue a los diez millones (lo que incluye a las lenguas «cooficiales» españolas).

Argumentan estos políticos «nacionales» que el inglés es la lengua de uso internacional, llegando a decir que es, ni más ni menos, «la lengua de la ciencia» [sic], y que por lo tanto el futuro de los españoles es olvidarnos de nuestra lengua, a la que llamarán, igual que hacen los separatistas, «castellano», y sumergirnos en la noble lengua de Shakespeare, así como en su cultura e Historia, la de un pueblo en el que nació el liberalismo político. Tal es el caso de la conocida política «popular» Esperanza Aguirre, quien en el colmo del servilismo a lo anglo, no dudó en inaugurar un colegio público bajo el nombre de Margaret Tatcher, aquella dirigente británica que protagonizó la Guerra de las Malvinas y que afirmó, en tono poco jocoso, que había que bombardear Madrid.

Dejando aparte esta querencia un tanto estúpida y falsaria de Aguirre (cualquier persona mínimamente cultivada sabrá que el liberalismo nació en España, en las Cortes de Cádiz, la que enfrentó a los «liberales» frente a los «serviles» que pretendían seguir bajo el cauce del Antiguo Régimen), es de notar que siendo Presidenta de la Comunidad de Madrid no dudó en aceptar, hace ya diez años, su presencia en un bochornoso acto de confraternización con el entonces Presidente de la Generalidad Catalana, Pascual Maragall, donde se permitió el lujo no sólo de hablar en catalán, sino de afirmar, con un mapa de los «Países Catalanes» [sic] frente a ella, que la lengua catalana se hablaba en toda la franja mediterránea española. Gestos como los de Aguirre rozan la alta traición…

Además, todo el argumentario que considera el inglés como una lengua universal, a la que ninguna otra hace sombra, cae por su propio peso: el español, la lengua que hablan más de 400 millones de personas en el mundo, está incluso expandiéndose allí donde nació esa idea de difundir por todo el planeta las costumbres anglosajonas, Estados Unidos, con la presencia de más de 40 millones de hispanos (nunca latinos, nombre acuñado por otro enemigo secular nuestro, Francia) residiendo en el coloso norteamericano y donde la reivindicación de figuras históricas españolas como las de Francisco Vázquez de Coronado, el explorador que partiendo desde Méjico llegó a Kansas y que contribuyó a prefigurar el curso del imperio norteamericano, o la del militar Bernaldo de Gálvez, decisivo con sus victorias como Pensacola para la independencia de los Estados Unidos de América, están viviendo una considerable reivindicación en Norteamérica, ejemplo de que no sólo lo anglosajón y protestante ha sido el germen de Estados Unidos. ¿Alguien se imagina a Esperanza Aguirre poniendo como nombre de un colegio Bernaldo de Gálvez o incluso Blas de Lezo, el hombre que humilló a la armada británica en Cartagena de Indias? Está claro que no.

Sea como fuere, no resulta necesario para ningún español, salvo que trabaje en alguna empresa multinacional que necesite dominar esa lengua, el aprender inglés como si se tratara de algún ciudadano de un país nórdico, cuya lengua se reduce a un ámbito muy limitado, aun siendo una lengua oficial en una nación de la Unión Europea. El ámbito de la cultura y la lengua españolas es tan universal como el de la lengua inglesa, aparte de ser un idioma que facilita cualquier tipo de expresión, especialmente el pensamiento abstracto. En este aspecto, está muy por encima del inglés, donde sin pronombres y con un vocabulario especialmente reducido, es prácticamente imposible hablar o entenderse sin disponer de un contexto preciso. Si en tiempos de la Alemania nazi se puso de moda afirmar, de forma muy desafortunada, que «sólo se puede pensar en alemán», tampoco tendría sentido decir que «sólo se puede pensar en inglés», máxime sabiendo que una lengua que, al contrario del español, no procede directamente del latín y el griego sino que, en su limitación, ha tenido que tomar literalmente vocablos de estas lenguas depositarias de nuestra tradición occidental, con todo lo que ello conlleva.

Desde la Fundación Denaes hemos de ver con gran preocupación que la necesidad que todos aquellos que hemos de desenvolvernos en un mundo globalizado, plasmada en algo tan concreto como el aprender idiomas, se convierte en el necio papanatismo y servilismo hacia una lengua y cultura inglesas que nada tienen de superior frente a nuestra lengua española. Un servilismo que se convierte en una verdadera amenaza contra nuestra identidad y que, en definitiva, engrana con quienes pretenden destruir la unidad de la Nación Española, pues saben que en cuanto dejen de hablar español su lengua vernácula no les alcanzará para nada y deberán aprender inglés.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.