La Nación Española parece empeñada en ofrecer al mundo la singularidad de su tolerancia hacia quienes se empeñan en desdeñarla o incluso destruirla


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El deporte español alcanzó un nuevo hito con la consecución del Campeonato de Europa de Baloncesto al nivel de selecciones. El grupo de jugadores, liderado por el español ejemplar Pau Gasol, se alzó con su tercer torneo europeo en las últimas cuatro ediciones, buena muestra de la feliz singularidad que a nivel deportivo constituye nuestra Nación Española, que en la última década ha acaparado los triunfos internacionales en todo tipo de disciplinas de equipo. En el triunfo los nuestros se vieron arropados por Su Alteza Real Felipe VI y se escuchó con orgullo el Himno Nacional Español, tan despectivamente definido por el a su vez singular Pablo Iglesias como «una pachanga cutre fachosa». Qué contraste el que ofrecen este orgulloso grupo de españoles con sujetos como el nefasto cineasta Fernando Trueba, que al recibir recientemente un premio nacional de cinematografía afirmó que «ni cinco minutos» se ha sentido español…

Sin embargo, dejando al margen estos felices momentos, diríase que la singularidad de la Nación Española actual no es su comunión con el triunfo, sino el desdén y desafección que hacia ella manifiestan un buen número de sediciosos, dotados sin embargo del inmejorable altavoz que de manera generosa e imprudente les facilita la propia Nación, además de la tolerancia hacia todo ello que exhiben sorprendentemente importantes miembros de la clase política. Sin ir más lejos, la Fundación España Constitucional, que desde el pasado 2014 conforman antiguos ministros de gobiernos de nuestra democracia coronada (esto es, de la extinta UCD, del PSOE y del PP), ha manifestado recientemente que es necesario el estudio acerca de la presunta «singularidad» de Cataluña, de la que dudan que esté siendo reconocida y valorada de manera justa. Todo ello para responder a unas aspiraciones legítimas de «los catalanes».

Pese a que desde esa misma Fundación se valora el intento de secesión unilateral de la lista de «Juntos por el Sí» como un verdadero «golpe de Estado», se pide sin embargo un «derecho a decidir» pero «para todos y entre todos» inspirado en lo que clásicos como Platón y Aristóteles tildaron como doble sofisma de Pericles. Esto es: que la mayoría se identifica con el todo (la famosa «voluntad general» de Rousseau) y que la decisión de la mayoría siempre será justa y acertada. Y lo cierto es que, pese al fundamentalismo democrático tan en boga, ambas afirmaciones son rotundamente falsas. No hay más que ver múltiples y recientes ejemplos en los que a una mayoría simple se le ha desposeído de su legítimo derecho a gobenar, mediante corruptos pactos postelectorales entre el resto de formaciones perdedoras, o los sondeos de intención de voto de cara a las elecciones catalanas del 27 S para darse cuenta de ello: ni «Juntos por el Sí», en el caso de lograr la mayoría, representaría a la voluntad del pueblo catalán, ni semejante decisión del pueblo soberano podría considerarse lícita y aceptable para la continuidad de la Nación Española.

Por eso mismo, la petición de un «derecho a decidir» para todos y entre todos esconde una oscuridad total y absoluta, puesto que se supone que el referéndum catalán, de producirse, debiera manifestarse en todo el territorio nacional. ¿Y si en el resto de España el hartazgo hacia la conducta de los separatistas catalanes, que muchos ya identifican con Cataluña entera (demostrando la eficacia que ha tenido la propaganda secesionista contra España para ir acelerando la confrontación, no sólo a nivel nacional sino incluso en el extranjero), es tal que la mayoría del electorado expresa su «voluntad democrática» de querer separarse de una parte de la Nación Española ya considerada putrefacta y sin remedio? De hecho, muchos analistas no descartan que, en ese hipotético caso, no sólo la mayor parte de los españoles dirían si a la secesión, sino que la mayoría de los catalanes dirían paradójicamente no, porque al fin y al cabo esos catalanes no son otra cosa que españoles, e incluso el más acérrimo separatista no contempla más que el vacío en caso de que la secesión se hiciera efectiva…

Y es que la Nación Española no es un proyecto que «democráticamente» pueda decidir su destino mediante un referéndum en el que se refrende su continuidad o la de una de sus partes, como si Cataluña fuera una suerte de colonia inglesa al estilo de Escocia. La Nación Española es un proyecto unitario, cuya pluralidad, como la de cualquier otra unidad, es meramente redundante, y cuando la actual generación de españoles haya ido renovándose de tal modo que todos los ciudadanos sean diferentes a los que refrendaron la Constitución de 1978, la Nación Española seguirá existiendo, mientras no haya otros colectivos que puedan cercenarla o cuartearla.

Por lo tanto, semejante muestrario de miembros de nuestra partitocracia, desde Marcelino Oreja, Pío Cabanillas, Rodolfo Martín Villa, hasta Eduardo Serra, María Antonia Trujillo y Eduardo Zaplana, entre otros, escenifica el consenso falaz de la transición democrática hasta hoy mantenido: la presencia de partidos sediciosos, que en su extravagancia no son más que sectas que conspiran en sus fines para la destrucción de esa Nación que les permite existencia legal. Abundando en semejante proceso, afirman que nuestra Constitución debería ser «actualizada» para ajustarse a la citada singularidad, pero contradictoriamente afirman que nunca Cataluña gozó de mayor autonomía. Entonces, ¿en qué sentido pretenden reconocer una singularidad ya más que reconocida? La única singularidad es en este caso la de una Nación Española donde sus antiguos gobernantes, en lugar de oponerse a tanta sedición, carecen de la más mínima firmeza para defenderla de las amenazas que la acechan.

Desde la Fundación Denaes hemos de denunciar estas peligrosas manifestaciones, máxime cuando las realizan unos exministros que, carentes de las ataduras que sufrían cuando ocupaban cargos de responsabilidad en antiguos gobiernos, medían mucho sus palabras y actuaban con una supuesta prudencia, ahora dan rienda suelta a sus «singulares» ocurrencias ideológicas, que en lugar de contribuir a mejorar la situación de la Nación Española, generan mucha mayor confusión.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación Española.