Augusto Ferrer-Dalmau, pintor español nacido en Barcelona, ha destacado en los últimos años por consagrar su obra a la defensa de la Historia de nuestra Nación Española. A causa de los valores que abandera y la maestría con que los plasma en sus lienzos, merece una reivindicación de nuestra parte


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Decía el Padre Feijoo en su Teatro Crítico Universal que el verdadero amor a la patria es aquel que rinde culto al Estado, a la República, frente al exacerbado amor a la patria chica, a las naciones fraccionarias que diríamos hoy en el contexto de la amenaza separatista, fuente de discordia y guerras civiles. En consecuencia, el benedictino pretendía mostrar a la España moderna (la España del siglo XVIII), las glorias de la España antigua, para estimular a la imitación de sus antepasados a sus contemporáneos, saliendo al paso de las falsedades que otras naciones, especialmente Francia, pretendían mostrar sobre España, lo que más tarde Julián Juderías denominaría como Leyenda Negra.

Sin lugar a dudas, un ejemplo de cómo mostrar lo mejor de esas glorias de España en nuestro presente es la obra del pintor Augusto Ferrer-Dalmau. Tiene además el doble mérito de haber nacido en la españolísima Barcelona, ciudad que sin embargo es también germen de las más ridículas y dañinas ideologías antiespañolas, fabulada capital de unos no menos delirantes Países Catalanes, pero también cuna de este ilustre pintor. Poco conocido para el gran público, Ferrer-Dalmau desechó un arte de vanguardia más comercial que le hubiera hecho más famoso, pero quizás le hubiera alejado de la maestría que luce en sus centenares de exposiciones, donde demuestra su total dominio en todos los atributos del arte pictórico: dibujo, colorido, composición, ambientación, perspectiva. No en vano ha sido premiado decenas de veces y ha participado en la elaboración de numerosas ilustraciones de libros. A todo ello, hemos de sumar su firme voluntad de dedicarse a algo políticamente incorrecto para los tiempos que corren, como es la exaltación de nuestras glorias nacionales, especialmente las relativas a insignes gestas bélicas, le ha hecho desarrollar un camino pictórico totalmente atípico.

Un hombre que dejó el diseño textil que desarrollaba en su localidad natal, y el exitoso hiperrealismo urbano que practicaba, para presentarnos su visión sobre los temas relacionados con el pasado y el presente de la Nación Española; cada cuadro suyo es un homenaje a nuestras fuerzas armadas en sus distintos momentos de gloriosa historia. Instalado en Valladolid, donde no ha tenido problema alguno con los temas de sus composiciones pictóricas, de su estudio han surgido obras únicas por su singularidad en estos tiempos de crisis que sufre nuestra Nación.

Si otros autores o «intelectuales» son premiados y ensalzados por la crítica a causa de cuestiones extra artísticas (por ejemplo, sus «valores democráticos), Ferrer-Dalmau produce en quien contempla sus obras una verdadera catarsis en el sentido que Aristóteles señalara en su Poética: logra emocionar al público por su capacidad para mostrarnos diversos pasajes de la Historia de España. Los títulos de sus cuadros hablan bien a las claras de la importancia de los mismos: El testamento de Isabel la Católica, La Rendición de Granada, La soledad de Juana la Loca, el Fusilamiento de Torrijos … Narrando como si fuera un corresponsal los sucesos acontecidos, Ferrer sitúa al espectador en la contienda, le transporta en el tiempo y le hace sentir partícipe del fragor de la victoria o de la soledad y rigor de la derrota. La fidelidad histórica acompaña todas sus representaciones: uniformación, armamento, marco geográfico, etc. todo sumado a su virtuosismo técnico.

Su narración pictórica, capaz de insuflar verdadera vida a sus lienzos, nos permite adentrarnos en la épica de quienes lucharon por expandir por todo el orbe los valores que encarna la Nación Española y de aquellas gentes que fueron a luchar por España. Algo inaudito en estos tiempos de verdadero panfilismo, en los que prácticamente ningún español declara abiertamente su voluntad de luchar por defender nuestra Nación en caso de amenaza sobre la misma. Ferrer está hecho de otra pasta: los regulares de la guerra de Marruecos en el Rif, la tan denostada División Azul en la Segunda Guerra Mundial, los tercios de la batalla de Rocroi o los últimos de Filipinas, son presentados por el artista, quien es capaz de hacer gloria de la derrota, como decía Valle Inclán. Pero también su obra ha versado sobre las numerosas victorias que nuestra Nación, bajo la forma de Imperio Español o de Nación Española de ciudadanos ya en época contemporánea, ha logrado: el Milagro de Empel, la Guerra de la Independencia contra Napoleón, las guerras carlistas, la epopeya de Hernán Cortés, etc. Todo ello recreando los paisajes que fueron mudos testigos de aquellas gestas: grandes horizontes, caminos polvorientos, desiertos arenosos, o batallas navales.

Desde la Fundación Denaes hemos querido con este editorial homenajear la obra pictórica de Augusto Ferrer-Dalmau, no sólo por su maestría en el oficio, sino por su exaltación del patriotismo español, de unos valores que más que nunca es necesario reivindicar y evitar que caigan en el olvido, para imitación de los españoles actuales y también de los futuros. Quién sabe si esta vocación pictórica pueda servir para que la Nación Española, más concretamente los ciudadanos que la forman, tome conciencia del papel de España en el pasado y sepa defender lo que actualmente es nuestro, para conseguir la definitiva salida de esta crisis nacional que sufre España desde hace décadas. Quizás esta ilustración de los episodios más gloriosos de nuestra Historia sirva para lograrlo.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.