Ante las palabras de Raúl Romeva sobre el futuro que les espera a los «españoles» que aún residan en la fabulada Cataluña independiente


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Con el final del verano y de sus famosas «serpientes» informativas, enfilamos el comienzo de un curso político cuyos primeros meses, los que quedan para finalizar este año 2015, serán decisivos: tenemos en perspectiva no sólo las elecciones generales, de fecha aún por definir, sino unas elecciones autonómicas catalanas hace ya tiempo fijadas para el próximo 27 de Septiembre.

Con el paripé de la candidatura única de los partidos y organizaciones civiles separatistas, «Juntos por el Sí», muchas han sido las manifestaciones y noticias que han rodeado a la región catalana durante los últimos meses. Una de las más recientes tuvo lugar cuando Germán Gordó, Consejero de Justicia de la Generalidad de Cataluña, afirmó que pronto, además de la ansiada independencia, se podrían fundar los Países Catalanes anexionando (la palabra anschluss ha abundado entre los críticos que lúcidamente ven fundamentos de supremacismo racial en el separatismo catalán) toda la franja mediterránea española y Aragón incluso.

Sin embargo, Raúl Romeva, cabeza de lista de «Juntos por el Sí», pretendió quitar hierro a las diversas manifestaciones demagógicas y belicistas que muchos separatistas han proferido durante el verano, afirmando la pasada semana que nadie debe preocuparse por el futuro, puesto que quien desee seguir siendo español en Cataluña, podrá serlo sin problema ni discriminación alguna. Literalmente ha dicho: «Uno podrá seguir siendo español viviendo en Barcelona, e incluso seguidor de la Roja si quiere, como hoy tenemos mucha gente que es francesa, británica u holandesa que vive en Barcelona y sigue manteniendo la nacionalidad de su estado de origen».

Es de agradecer que el señor Romeva, con su increíble magnanimidad, perdone la vida a los «españoles» que les toque en suerte ser extranjeros en su tierra cuando llegue el ansiado primer día de la independencia de Cataluña, más allá de los discursos y de los cortometrajes de la Academia Catalana de Cine. Seguramente inspirándose en su experiencia como mediador de conflictos y observador en la antigua Yugoslavia, el profesor Romeva considera a Cataluña una suerte de nueva Bosnia Herzegovina en la que, sin embargo, no atisba el surgimiento de ningún Radovan Karadzic que no acepte la situación y se disponga a realizar ningún tipo de limpieza étnica; considera que la circunstancia del desmembramiento de España será aceptada con absoluta normalidad y que los «españoles» o «catalano-españoles» que residan en la nueva nación (por supuesto, aceptada de facto ya en la Unión Europea y reguladas todas sus relaciones con la Nación Española y con Francia), podrán hacerlo sin problemas ni más trabas que las que su nueva nacionalidad comporte, y que los propios «españoles» lo aceptarán con la misma sumisión que llevan décadas aceptando la inmersión lingüística en catalán. Incluso, apostilla Romeva, los «españoles» podrán seguir siendo fanáticos de su selección nacional (la mal llamada «Roja»), de la que aún no sabemos si se seguirá nutriendo de futbolistas «catalanes».

Claro está que las afirmaciones de Romeva tienen truco: habrá que suponer que la Cataluña independizada mantendrá la misma normalidad en las relaciones exteriores que actualmente mantiene dentro de la Nación Española, «embajadas» autonómicas al margen. ¿Será aceptada en la ONU? ¿Será miembro de la Unión Europea la futurible nación catalana? La experiencia de la disolución de Yugoslavia, tan cara a Romeva por su participación en el proceso, nos dice que no sólo las nacientes Bosnia, Croacia o Eslovenia fueron reconocidas nada más declararse independientes, sino que incluso en el plazo de una década aproximadamente tras el conflicto bélico, establecieron su posición como miembros de la Unión Europea. Claro está que el contexto fue muy distinto: el derrumbe del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, que no formaban parte de la OTAN ni del bloque capitalista, sino que eran rivales suyos, contribuyeron a este rápido reconocimiento. Está por ver si los estados miembros de la UE y de la OTAN aceptarían el desmembramiento de un aliado y miembro de pleno derecho, con todas las consecuencias geopolíticas que se derivasen de ello, aunque como bien sabemos todo es especulación por el momento.

Dentro de la burbuja en la que viven los separatistas catalanes, ajenos a estas cuestiones de realismo político, no hay ningún problema ni traba para que todo suceda: siempre se podrá conjeturar que todos los extranjeros en la futura Cataluña serán como los ingleses, franceses u holandeses, miembros de naciones canónicas a los que en nada les afectaría la segregación. Sin embargo, en el caso de los españoles el problema es considerable: ¿quién puede ser denominado como «catalán» de pura cepa? Bien sabemos que a los emigrantes interiores, que llegaron a Cataluña desde otras partes de España en busca de un futuro mejor, se les denomina despectivamente como «charnegos»; incluso muchos de ellos, para labrarse su acomodado futuro, ingresan en las filas separatistas mostrando de forma virulenta la famosa «fe del converso». ¿También ellos serán considerados «españoles» en la Cataluña independiente? Definitivamente Romeva ha removido un asunto especialmente turbulento y complejo, plagado de múltiples contradicciones.

En resumen, Romeva no ve ningún problema en todo este asunto de la independencia pues, al fin y al cabo, seamos españoles, catalanes, franceses, ingleses u holandeses, todos seremos «europeos». Porque la Europa de los Pueblos, con los Países Catalanes mentados por Germán Gordó como «destino manifiesto» que debe alcanzar la futura nación catalana (los valencianos sí parece que podrán ser «catalanes» con todos los derechos) es sin duda el futuro inevitable, y como tal debemos aceptarlo. Sólo así se entiende esa burbuja ideológica en la que viven los componentes de esa lista única separatista, que concurren a unas «elecciones plebiscitarias» cuya existencia sólo se encuentra en sus fanatizadas cabezas…

Desde la Fundación Denaes queremos señalar que tras estas dulces palabras de Romeva se esconde en realidad el discurso habitual del separatismo catalán: menosprecio a los «españoles», considerados como una etnia ajena a Cataluña, a los que simplemente se les tolerará, si desean seguir residiendo donde actualmente lo hacen, a condición de que acepten ser «extranjeros» en la tierra donde como mínimo varias generaciones de su familia han convivido. Una suerte de modulación de las viejas palabras de adalides del separatismo catalán como Pompeyo Gener, que resaltaba el carácter de arios de los catalanes frente a la inferioridad de los españoles «mesetarios», que tuvieron eco no hace mucho a través de las «lecciones» de Oriol Junqueras, otro ilustre separatistas, sobre los genes «catalanes».

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.