Podemos se estaría planteando nada menos que la exhibición en sus actos públicos de algo insólito hasta la fecha: la bandera nacional…


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Es ya una acendrada tradición la ausencia de banderas españolas rojigualdas en todos aquellos acontecimientos que caen bajo la influencia de la así llamada, sin mayor matices, «izquierda española», incluso «izquierda» a secas. Mucho más común es ver, en tales eventos e incluso en aquellos que se acogen al sindicalismo, feminismo o ecologismo, banderas de la II República Española, banderas españolas, en suma.

Bandera, la tricolor, que parece tener efectos taumatúrgicos para muchos de los que la hacen ondear, creyendo, en muchos casos llevados más por la fe que por la realidad que simbolizaba tal enseña, que la invocación al diseño que nació en el entorno de Alejandro Lerroux, producirá efectos que la propia constitución de 1931 negaba con meridiana claridad. Veamos:

Algunos de los que la reivindican piden simplemente el cambio de una democracia coronada como la actual, acaso contaminada por ser continuadora de un franquismo que habría hecho colapsar tal república, por un sistema republicano del que cabría pedirles más precisión en sus atributos, pues república se dice de muchas formas. Cabría plantearse entonces, dentro de tal imprecisión, si no sería acaso prudente considerar como bandera de una tal república la de la I República Española, esa que acabó derivando en cantonalismo…

Otros, los separatistas, ven en la bandera tricolor la posibilidad de dar continuidad a unos estatutos de autonomía, nacidos al calor del régimen del 1931, en el contexto de esa república acusada de burguesa, que constituirían el paso previo a la mutilación de la Nación Española. Cabría, no obstante, recordarles a tales grupos el inicio de la constitución que daba oficialidad a tal señera:

Artículo 1º: «La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones».

Siendo así que en tal texto la presencia de lo nacional es constante, sin que exista otra nación que no sea España.
Pero aún hay más, para disgusto de otra corriente de rabiosa actualidad, la de los federalistas. Respecto al federalismo la propia Constitución es muy clara en su artículo 13:

«En ningún caso se admite la Federación de regiones autónomas».

Sobran más comentarios.

Todo esto viene al caso debido al debate que, al parecer, se está produciendo en esa nueva formación que ha surgido de la mixtura de varias corrientes gremiales organizadas en modo de metafóricas mareas: Podemos.

Según ha filtrado la prensa, en la actualidad, el grupo de profesores universitarios que componen su cúpula se estaría planteando nada menos que la exhibición en sus actos públicos de algo insólito hasta la fecha: la bandera nacional… Algo desusado en unas ceremonias en las cuales se ha podido ver la bandera segundorrepublicana, la arcoíris o las regionales –incluida la de la Comunidad Autónoma Vasca que representara en origen al reaccionario e hispanófobo Partido Nacionalista Vasco-, más no la bandera oficial de España, a la que hasta la fecha han sido tan refractarios unos dirigentes marcados por un solemne republicanismo compatible con la admiración hacia los más histriónicos presidencialismos que imaginarse pueda. Luminarias de la «Ciencia Política», los profesores madrileños se dicen representantes del «pueblo», identificado bajo el preciso tecnicismo de «los de abajo», siendo así que la forma natural de su proyecto sería la república.

Sin embargo, lo cierto es que «los de abajo», impúdicos, han exhibido en los últimos años de grandes éxitos deportivos una bandera: la rojigualda, asunto este que no ha pasado inadvertido para el olfato de los dirigentes podemitas, quienes ahora estarían considerando la posibilidad de incorporarla en lo que algunos podrían como una añagaza electoralista. Sea como fuere, pues no poseemos la ciencia media para conocer sus verdaderas intenciones, desde la Fundación Denaes celebramos que al menos exista tal debate, pues su propia existencia puede comprometer ese añejo tabú.

No obstante, y para concluir, aunque el tema obligaría a ser analizado en otro editorial, no podemos sino aludir a otra de las palabras más pronunciadas en tales ambientes: «patria», concepto que en modo alguno podemos desconectar de la capa basal de la sociedad política española, del territorio, en definitiva. Y será aquí donde aparecerán nuevas contradicciones a las cuales invitamos, y nos apresuraremos a señalarle al profesor Iglesias que la patria en modo alguno puede reducirse a lo que él sostiene en flagrante confusión: «La patria es lo contrario de la corrupción». Porque la patria, al margen del lugar donde se entierra a los antepasados es territorio y la corrupción más alta a la que se puede someter tal tierra es su entrega a un grupo de expoliadores, en este caso los separatistas, tan alérgicos a símbolos comunes como la bandera de España, sea esta republicana o monárquica.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española