La idea del iberismo, que alimenta la unidad de España y Portugal sin renunciar a sus respectivos «hechos diferenciales» en nombre de una supuesta «España plural», olvida un hecho irrefutable: si Portugal se une a España el resultado no será un nuevo país sino una Nación Española con diez millones de habitantes más


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Resulta un ejercicio interesante visitar diversos foros en internet y grupos en las redes sociales, donde se discute el tema de la posible unión entre España y Portugal, apoyada según recientes encuestas por cerca del cuarenta por ciento de los habitantes del país vecino; personas que apoyan el nombre de «Iberia» para la futurible nación resultante de unir las dos previas y que se indignan cuando se habla de una España unida, alcanzando un verdadero estado de enervación cuando se critica la corrupción que para la Nación Española y su unidad supone el autonomismo de la Constitución de 1978; como contraargumento, los iberistas dirán que esa unidad nacional va contra la idea de la «España plural» defendida desde proyectos secesionistas que buscan desguazar España, de «las Españas» en definitiva.

Sin embargo, estos foristas demuestran cierta arrogancia producto de su ignorancia, puesto que ese presunto carácter plural de España (coronado por la fórmula tradicional de «las Españas») no se opone a la efectiva unidad de la Nación Española. Sólo desde una perspectiva propia del espiritualismo (la misma en la que se sitúan los separatistas antiespañoles), un espiritualismo de corte romántico que defiende la existencia de un «espíritu de los pueblos», cuya indivisibilidad es equivalente a la ilusoria alma inmortal que estos espiritualistas conciben como perteneciente a cada individuo, puede sostenerse que postular una unidad equivale a la negación de partes diferenciadas dentro de dicha unidad o totalidad, en este caso la Nación Española.

Precisamente la idea de una unidad implica la existencia de una pluralidad de partes que mantienen dicha unión, ya sea de carácter solidario frente a terceros, como fue la Nación Española en tiempos medievales, compuesta de diversos reinos unidos por la causa de expulsar al Islam de la Península Ibérica, o bien una unidad política efectiva, una vez consumada la unión de reinos por el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469. Portugal fue precisamente uno de esos reinos que mostró su insolidaridad al separarse de la causa que abanderaba la Monarquía Española de los reyes emperadores castellanos, cuando Alfonso I el Conquistador, en el año 1139, formó el reino de Portugal y se sometió inmediatamente al vasallaje del Papa para no ser vasallo de Castilla, al igual que en ocasiones hizo la Corona de Aragón, como cuando en 1238 instituyó en sus dominios una Inquisición directamente subordinada a Roma y controlada por los dominicos para combatir la herejía cátara.

Posteriormente, los intentos de formar un único reino peninsular mediante enlaces matrimoniales, proyecto inaugurado por la Casa de Trastámara en el siglo XIV tras subir al trono castellano, chocará con diversas contingencias (entre ellas, el pacto suscrito con Inglaterra en el siglo XIV que subordinó la política portuguesa hasta nuestros días) y, pese a que estuvo a punto de realizarse en la persona del hijo de Manuel I de Portugal e Isabel de Castilla y Aragón, el Principe de Asturias Miguel, heredero de Portugal, Castilla y Aragón, éste falleció fortuitamente a la tierna edad de cuatro años. De esta época viene la idea alimentada en Portugal de una suerte de conspiración «castellanista», idea que los portugueses pusieron en cuarentena cuando Felipe II se proclamó en 1580 Rey de España y Portugal, manteniéndose durante ochenta años la unidad peninsular hasta que los lusos dejaron de sacar rédito económico al acuerdo… Una unidad rota en 1640 por la revuelta de los partidarios de Juan IV de Braganza, que decían luchar, ni más ni menos, que por «su España».

Por lo tanto, no es cierto que la futurible unidad de España y Portugal sea producto de una suerte de federalismo ingenuo y generoso cuyo resultado sea una unidad «ibérica» fundada históricamente; tal unidad equivaldría a formar una España más fuerte, donde los diez millones de portugueses pasarían a ser otros tantos millones de hispanohablantes, por el hecho rotundo de la pujanza de la lengua española sobre la portuguesa, no sólo en volumen sino en importancia en el mundo: mientras en Brasil los estudiantes de español crecen exponencialmente, los estudiantes de portugués no crecen significativamente en los países hispanoamericanos; El Quijote de Cervantes es una obra conocida universalmente, mientras que Las Lusiadas de Camoes, cuyo nombre inspira los institutos de promoción de la lengua lusa en el mundo equivalentes a los Institutos Cervantes, permanecen en un perfecto anonimato.

En consecuencia, desde la Fundación Denaes no podemos más que criticar la confusa idea del iberismo, que no sólo alimenta la idea medieval o incluso romana de «las Españas» añadiéndole la falsedad histórica de la «España plural» que alientan hoy día los separatistas antiespañoles, sino que además oculta el hecho, seguramente indeseable para los portugueses, de una nación vecina subsumida al fin, tras siglos de intentos fallidos, en la Nación Española de cuyo tronco se desgajó hace casi un milenio.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española