La teleserie emitida en tres temporadas por Televisión Española, pese a poner en buen lugar el reinado de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, destaca por su omisión de una realidad fundamental: la Nación Española


La serie de Televisión Española «Isabel», recientemente concluida y que puede tener continuidad a través de otro proyecto de TVE sobre el nieto de los Reyes Católicos, Carlos I, es un producto único frente a las habituales producciones seudohistóricas que únicamente se dedican a alimentar la Leyenda Negra contra nuestra Nación Española. Una serie rodeada de cierta polémica, como fue la provocada por la prohibición del Museo de Historia de Barcelona de rodar en sus instalaciones, que motivó una denuncia en los juzgados de parte de nuestra Fundación.

El reinado de los Reyes Católicos, de 1474 a 1504, supone el comienzo en España de un estado centralizado y moderno, ejemplo para el mundo entero, pues frena las ambiciones de la nobleza a través de cargos como los corregidores o virreyes que después serán representantes de la corona en América, además de sentar las bases que permitirán la conversión del idioma español en una lengua universal (como dijo Antonio de Nebrija en su Gramática de la lengua española de 1492, «siempre fue la lengua compañera del imperio»). A todo ello ha de añadirse la toma de Granada (una lección fundamental en esta época en la que nos toca combatir nuevamente el yihadismo) y el patrocinio del viaje de Cristóbal Colón, que cambiaría la Historia Universal para siempre.

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Sin embargo, una serie que prometía ser única por su rigor tras la primera temporada, fue degenerando notablemente en varias de sus partes desde la óptica de la ya conocida Leyenda Negra, aunque haya razones de peso para salvar el todo. Así, la imagen de la Inquisición Española es grotescamente deformada, convirtiendo un tribunal que fundamentaba todos sus procesos en una suerte de tribunal popular soviético; el Cardenal Cisneros, gran reformador monástico y fundador de la Universidad de Alcalá de Henares, modelo para toda Europa y para la propia España en su labor evangelizadora en América, es convertido en un vulgar expurgador de libros y torturador de moriscos; Cristóbal Colón se vuelve un vagabundo «genovés» que va de corte en corte (incluyendo sorprendentemente la del Reino de Granada contra el que combatió dentro de las filas españolas) presentando su proyecto de llegar a Asia por el Oeste…

Pero sin lugar a dudas la mayor falla de esta serie es la negación de una realidad, la de la Nación Española. Algo curioso, pues quien escuche las críticas que ha recibido «Isabel», principalmente provenientes de sectores separatistas, pensará que sucede todo lo contrario: sus detractores señalan que se ha rodado aprisa y corriendo para convencer de la españolidad de Cataluña y de una unidad nacional que según estos mismos críticos no existía en la época de los Reyes Católicos. Sin embargo, en la serie los guionistas evitan a toda costa utilizar la palabra «España»: Castilla y Aragón son reinos diferentes tanto en la primera como en la segunda parte de la serie, y en la tercera y última, donde los contactos con otros reinos son más habituales, se menciona a España en alguna ocasión, pero de manera muy confusa. Así, el Papa Alejandro VI nombra a Isabel y Fernando en recompensa por la toma de Granada «sus Católicas Majestades», llamándolos «Reyes de las Españas»; el arzobispo Francisco de Busleyden, consejero del díscolo yerno de Isabel y Fernando, Felipe de Aubsburgo, se refiere por igual tanto a «los españoles» como a «los castellanos», dando a entender, al modo orteguiano, que Castilla es España…

Esta falta de concreción denota ignorancia de guionistas y asesores, puesto que, pese a no existir entonces una Nación Española en sentido político (algo que se alumbrará en las Cortes de Cádiz en 1812, precisamente invocando la unidad de reinos realizada por los Reyes Católicos), sí existía una Nación Española en sentido histórico, lugar de convivencia común de diversos reinos orientados en una misma dirección por Castilla (y usando de una lengua común, el español), la de la lucha contra la invasión musulmana que había roto la unidad previa de la Hispania romana y visigótica; una España que incluye también a los habitantes de la Corona de Aragón, «gente bulliciosa» que eran el modelo de españoles para los extranjeros (especialmente los catalanes); la referencia a «las Españas» denota la pluralidad de reinos dentro de esta nación histórica, incluyendo a Portugal, emparentada con la monarquía española: en 1641 los portugueses se sublevan contra Felipe IV y dicen luchar por «su España».

Desde la Fundación Denaes hemos de valorar el esfuerzo realizado por todo el equipo de «Isabel», sin por ello obviar los errores y deformaciones que hemos detectado, en línea con la corrección política de nuestra época que corrompe la idea nacional española y aporta argumentos a los enemigos de España. Como bien hemos señalado en otros editoriales, la idea negrolegendaria de España alimenta a quienes piden su disolución, por lo que esperamos que la futura teleserie sobre Carlos I de España sirva para depurar convenientemente los errores y deformaciones cometidos en «Isabel».

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española