Francia, una nación rival de España desde hace siglos, y que durante décadas mantuvo dentro de sus fronteras un «santuario» para los terroristas separatistas de ETA, nos ofrece sin embargo el mejor ejemplo de cómo proceder contra los sediciosos que pretenden desguazar una Nación.


Una reciente noticia acaecida en Francia sirve de tema para componer el editorial que periódicamente presentamos a nuestros lectores. Hace unos días, la Prefectura de los Pirineos Orientales reclama la disolución del «Comité para la autodeterminación de la Cataluña Norte» por pretender organizar una consulta independentista en ese departamento coincidiendo con el seudorreferéndum del 9 N en la Cataluña española. El motivo para ello es que las autoridades francesas consideran que esa consulta suponía un «atentado a la integridad del territorio nacional».

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Como bien sabemos que las comparaciones siempre son odiosas, en la Nación Española los separatistas catalanes, con idéntico proyecto cercenador de una nación ya constituida, se envalentonan y celebran haber podido realizar el seudorreferéndum del 9 N; tal es el reconocimiento internacional conseguido de una Cataluña con su «hecho diferencial», contra quien nadie osará aplicar el estado de excepción para frenarles, so pena de resucitar los fantasmas de la antigua Yugoslavia. La propia Generalidad de Cataluña pretende publicar un «Libro Negro» sobre España, para denunciar que el Gobierno del Partido Popular habría involucionado hacia un presunto «centralismo» preconstitucional, opuesto a la «España plural», por el simple hecho de negarse a cumplir con las propuestas separatistas de otorgar más financiación y más competencias a Cataluña. Se opondrá así la Francia centralista, que asfixia los «hechos diferenciales», a una presunta «España plural» formada por federación de sus partes, las actuales autonomías reconocidas en la Constitución de 1978.

Pero semejantes distinciones son un síntoma de profunda y grave corrupción ideológica, que ignora, en primer lugar, que no es cierto que el franquismo impusiera una impostada «unidad nacional», pues su modelo de «democracia orgánica» incluía provincias, municipios, asociaciones y corporaciones, además de permitir el desarrollo de las lenguas vernáculas y demás «hechos diferenciales» sobre los que se han construido los proyectos separatistas actuales. El centralismo español es muy anterior, incluso previo a los Borbones franceses: la Historia de España no es la de una federación, sino la de un camino de unidad para formar un solo reino indisoluble, a través de la política matrimonial de los monarcas castellanos, «Emperadores de toda España», consolidando en 1469 la unión de reinos bajo una sola corona con el matrimonio de los Reyes Católicos, que formaron un modelo de Estado centralizado que aplastó los privilegios de la nobleza. Todo ello fue continuado por las dinastías austriaca y borbónica, y en 1812 tomó la forma de Nación Política Española de ciudadanos, con la formulación por Javier de Burgos en 1833 del mapa provincial aún vigente hoy pese al cáncer autonómico que postula su disolución para formar una España «asimétrica»: la Constitución de 1978 reconoce a España como estado unitario e incluso prohíbe expresamente en su Artículo 145.1 la federación de comunidades autónomas. En consecuencia, las autonomías son partes de un estado unitario que puede recuperar las competencias cedidas llegado el caso.

Si España no siguió el modelo francés, que no era ni mucho menos opuesto, sino a lo sumo contrario al español, fue precisamente por el auge de los separatismos en España; mientras que los vascofranceses o los catalanes de Francia jamás lograron convertirse en un poder significativo dentro de la Nación Francesa, en la Nación Española estos movimientos ligados en su origen a ciertos sectores de la Iglesia Católica fueron adquiriendo cada vez mayor predominio gracias al extraordinario auge económico de las regiones donde se encontraban, y ya comenzaron sus amenazas tras el desastre de 1898. Durante la Segunda República y la Guerra Civil Española las sectas separatistas protagonizaron varias intentonas de separarse de la Nación Española, y pasado el franquismo que los toleró manteniéndolos en una severa cuarentena, fueron los separatistas quienes marcaron el paso del régimen autonómico, sepultándose el desastre del modelo de estado bajo la bella fórmula del «consenso».

Desde la Fundación Denaes, pese a que Francia ha sido un rival histórico de España, protegiendo incluso al terrorismo separatista vasco de ETA dentro del «santuario» de sus fronteras, hemos de ver en su proceder un modelo para la Nación Española de qué hacer con los sediciosos que pretenden cuartear nuestra soberanía nacional. Los españoles no hemos de ceder un milímetro de nuestra integridad territorial, ni menos aún de la identidad común de todos los españoles, en seria amenaza con políticas de inmersión lingüística en lenguas vernáculas que pretenden sepultar una lengua universal como el español.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.