Los carnavaleros de Solsona se burlan de España en su celebración. En DENAES somos plenamente conscientes del escaso, cuando no nulo, castigo que suelen tener quienes se burlan de los símbolos e instituciones españolas


Quiéranlo o no los más ardorosos anticlericales y los rigoristas del laicismo, España sigue siendo, al menos sociológica y culturalmente, católica. No hay más que ver la variedad de celebraciones que concitan unos carnavales que tradicionalmente son la antesala de una cuaresma hoy en franca inobservancia, pues pocos son los compatriotas que durante estas semanas que preceden a la Semana Santa se abstienen de las tentaciones, ambas, de la carne.

Convertido a menudo en un atractivo turístico, el carnaval español, ligado a un figurativo catolicismo alejado del iconoclasmo mahometano, muestra a las claras la obligada diversidad, por otro lado obvia, de una nación de la escala de la española: si en Canarias tiene aromas tropicales, en Cádiz se consagra a la chirigota y en áreas rurales todavía conserva rasgos arcaicos que hacen las delicias de antropólogos y delegados de Cultura. En definitiva, el carnaval supone la oportunidad de transgredir de una u otra manera, haciendo aflorar filias, fobias, anhelos y complejos ligados a máscaras, disfraces, coreografías y coplas.

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No obstante, como se dijo anteriormente, más allá de estas teatrales manifestaciones, la propia palabra, «carnaval», remite directamente a la carne, y es precisamente un proceso ligado a la degeneración de la carne, el de la putrefacción y sus conónimos, uno de los preferidos por la crítica política, siempre vigilante ante la corrupción delictiva que tantas portadas suministra sin discriminar entre partidos y plataformas que prometen soluciones cuasi mágicas para la Nación ligados a menudo a delirantes proyectos plurinacionales, plurilingües y pluriculturales. Los propios, en suma, de la llamada España plural, constructo tras el que se ocultan planes destinados a establecer diferencias y discriminaciones entre ciudadanos españoles.

Hechas estas consideraciones de índole general, conviene poner el foco sobre el carnaval que este año ha suscitado las mayores polémicas, el de Solsona, convocado en sus carteles con reclamos del siguiente jaez: «Carnaval fascista y paramilitar. Ven a matar españoles en un ambiente festivo, pacífico y familiar».

El triste espectáculo, retransmitido por la televisión La Xarxa, institución financiada con dinero público fue, como estaba programado desde su misma convocatoria, una descarada mofa de los símbolos nacionales y de las Fuerzas Armadas, entre cuyos cometidos está la defensa de los avecindados en esta localidad ilerdense. El ardid para llevar a cabo unas acciones que probablemente constituyen un grave delito -la Fiscalía de Lérida ha incoado diligencias por si pudiera haberse cometido un delito de incitación al odio cuyas penas de prisión pueden suponer de uno a tres años y multa de seis a doce meses- era poco o nada sutil: se trataba de denigrar tales símbolos, de manifestar la visceral y enfermiza hispanofobia que aqueja a muchos españoles, bajo el embozo carnavalesco. A tan groseros argumentos se aferran sujetos como el alcalde de la localidad, David Rodríguez González, miembro del pseudopartido ERC, quien ha manifestado desconocer la procedencia de un cartel «no oficial», añadiendo que considera desproporcionadas las acciones legales apenas comenzadas.

A la iniciativa fiscal se han unido las manifestaciones de Ciudadanos, PPC y Sociedad Cívica Catalana, además del Ministro del Interior, que ha calificado el carnaval como una «infamia», confiando en que sean los jueces quienes apliquen justo castigo a los responsables de tal espectáculo.

En DENAES somos plenamente conscientes del escaso, cuando no nulo, castigo que suelen tener quienes se burlan de los símbolos e instituciones españolas. Son décadas de cesiones por parte de los distintos gobiernos de la Nación en lo educativo y en las muy importantes áreas vinculadas a la Cultura, consagradas a exacerbar lo local o regional, en aras de la consolidación de las sacrosantas «señas de identidad», diferenciales, por supuesto. Algo, es evidente, huele a podrido en lugares como Solsona, pudrideros ideológicos que manifiestan hasta qué punto la corrupción no delictiva, aquella que es capaz de hacer brotar iniciativas como la aquí criticada –al margen de que, como es deseable, estos actos tengan punitiva respuesta-, consistentes en la execración de la nación a la que pertenecen los propios solsoninos participantes en tan inaceptable carnaval.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española