El partido político liderado por Alberto Rivera, Ciudadanos, pese a comenzar siendo una fuerza ascendente en defensa de los ciudadanos españoles en Cataluña frente al separatismo, ha devenido en una ambigüedad peligrosa


Los sondeos demoscópicos, que periódicamente nos muestran la intención de voto de los españoles, arrojan desde hace un tiempo el auge de alternativas a los grandes partidos nacionales. Hablamos no sólo de la irrupción del nuevo partido Podemos, capaz de superar al PSOE e incluso rivalizar en intención de voto con el PP, sino también del ascenso de otra formación, más modesto pero igualmente destacable en lo que a nuestra Nación se refiere: se trata de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, partido político que ha superado a UPyD en intención de voto. Sus expectativas electorales no parecen tener techo: aspiran a gobernar en varios lugares tras las inminentes elecciones municipales y autonómicas; incluso su líder, Alberto Rivera, ya se pone como objetivo llegar a La Moncloa en varios actos oficiales en los que ha participado.

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Lejos de las ínfulas periodísticas con las que cuenta Podemos y también sin un pasado previo que manche su historial, Ciudadanos surgió en el panorama político español ajeno a la tendencia cada vez más personalista de muchos políticos que, viendo que en los partidos nacionales tienen bloqueada su carrera y el acceso a importantes cargos, no dudan en promover plataformas alternativas para mantener su estatus de profesionales de la política. Todo lo contrario, el «partido de la ciudadanía» irrumpió como fuerza ascendente desde la propia ciudadanía española en Cataluña frente al separatismo catalán. La plataforma originaria liderada por profesionales liberales como Albert Boadella o Javier Nart en 2005 contra el «nacionalismo obligatorio» ha devenido en una fuerza política sólida liderada por Alberto Rivera.

Un partido que siempre ha eludido utilizar el lenguaje y la simbología separatistas (nunca ha acudido a celebrar la manipulación histórica de la Diada, a diferencia de otros partidos nacionales como PSC o PP), y que a día de hoy se postula como la fuerza política más pujante en Cataluña entre los partidos políticos no nacionalistas y también con importantes expectativas a nivel nacional. Vistos estos antecedentes, lo lógico es que la idea originaria de Ciudadanos de Cataluña concluyese en la forma de un partido nacional, con el consecuente rótulo de «Ciudadanos de España». Pero lo cierto es que se ha quedado en un Ciudadanos a secas, cuya indefinición comienza a resultar un tanto preocupante, pues no se sabe si se dirige hacia la Nación Española, hacia Europa o incluso, quién sabe, a los «ciudadanos del mundo». Su ideología política «liberal» toma un carácter incluso más bien ético, de no coartar la libertad individual (libertad como ausencia de trabas para poder hacer algo, incluyendo en este caso la supresión de fronteras), muy alejada de la idea de los liberales españoles de la Constitución de 1812, precisamente los forjadores de la Nación Española política, de ciudadanos.

De hecho, el programa político de Ciudadanos, que se ha ido desvelando paulatinamente estas últimas semanas, ofrece curiosidades muy indicativas al respecto. Pongamos por ejemplo al economista Luis Garicano (de quien ya tuvimos ocasión de hablar aquí), que hace unos días señaló una propuesta tan significativa como el incluir en la enseñanza la inmersión lingüística en inglés. Propuesta que recuerda al papanatismo anglófilo de varios sectores de nuestra partitocracia, en especial dentro del Partido Popular, que ha rendido miserables homenajes a Margaret Tatcher o funda y promociona en España colegios sólo en inglés, cuando no propone, en las autonomías donde hay inmersión lingüística en lenguas vernáculas, un trilingüismo con el inglés de protagonista que acaba disolviendo la idea de Nación Española. Sin escuela pública en español no habrá Nación Española, y si Ciudadanos se manifestó en su día en contra de la inmersión lingüística en catalán, no tiene sentido ahora proponer una inmersión lingüística en inglés, quedando así convertida la lengua española, hablada por más de cuatrocientos millones de personas en todo el mundo (y con especial ascenso en países de la importancia de Estados Unidos) al nivel de una lengua familiar, peor aún que si fuera el noruego, el sueco o el danés.

Desde la Fundación Denaes llamamos a Ciudadanos a adoptar la forma lógica que piden sus orígenes y trayectoria, la de unos «Ciudadanos de España», puesto que no es la ausencia de libertad el actual peligro para los españoles, aparte de otras fórmulas sublimes con las que se llenan la boca muchos liberales que simulan ser meros «ciudadanos del mundo», sino la propia continuidad de la Nación Española. Apoyar una supuesta ciudadanía «europea» (o ya incluso «del mundo», cuya lengua sería en este caso el inglés) no hace sino profundizar en el discurso común a los otros partidos del régimen constitucional de 1978, el mismo que posterga la Nación Española para desembocar en una suerte de «Europa de los Pueblos» con efectos igualmente disolventes para nuestra Nación.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.