La Nación Española, en lugar de seguir la vía de unidad y estado fuerte y centralizado que comenzó con los Reyes Católicos, ha degenerado en una suerte de conjunto de reinos de taifas a partir de la proclamación de la Constitución de 1978


No es necesario discutir que en España existe crisis; ninguna persona seria lo negaría. El español medio apuntará en la dirección de la economía para señalarlo, poniendo énfasis en la corrupción que a diario salpica las noticias de los informativos de mayor audiencia, creyendo que la solución a la misma pasa por apostar, siguiendo la misma línea de estos periodistas que se ponen por delante de la procesión ciudadana, por las mismas formaciones de nuevo cuño que esa misma prensa promociona.

Ligado a esta crisis, uno de los tópicos esgrimidos por los indignados ciudadanos es el de los recortes, que habrían asfixiado «lo público» frente a la necesidad de mantener esas elevadas conquistas sociales que la clase política («la casta») estaría eliminando con la excusa de la crisis. Sin embargo, el actual Gobierno de España tan sólo ha acometido los recortes mínimos y necesarios para el sostenimiento del Estado de las Autonomías y de unos puestos de trabajo en la función pública que, desde tiempos de la Transición democrática, se han cuadruplicado sin que la población española creciese en similar proporción. Es decir, frente a la actitud habitual de los países de nuestro entorno que sería la de despedir o jubilar funcionarios, el actual gobierno «popular» ha procurado no tocar el entramado autonómico y sostener unos puestos de trabajo muchos de ellos superfluos por estar cubiertos doblemente, a nivel autonómico y nacional.

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Y es que en España se considera la unidad nacional y el centralismo como algo franquista o, dentro de la perspectiva de presuntos «especialistas» en la materia, como algo meramente «borbónico». Desde su peculiar autismo, estas gentes olvidan que desde el matrimonio de los Reyes Católicos Fernando e Isabel en 1469, en España se constituyó un estado unitario y centralizado que aplastó los privilegios de la nobleza y puso las bases de una Nación moderna. Por otro lado, las reformas borbónicas permitieron algo tan justo y normal como que los habitantes de la antigua Corona de Aragón, tales como los catalanes, pudieran emigrar a América en igualdad de condiciones con los «castellanos» (los apellidos de origen catalán son muy habituales en Hispanoamérica desde entonces). Entonces, ¿dónde está la maldad del centralismo? Pareciera que sólo la perciben aquellos grupos de carácter clerical que, asustados ante la pérdida de poder de la Iglesia Católica con la caída del Antiguo Régimen en el siglo XIX, constituyeron un búnquer amoldable a los tiempos, ya fuera primero foralismo, nacionalismo, separatismo o de «hechos diferenciales» en la proclamada Constitución de 1978.

Desde entonces, España vive en una crisis permanente, crisis de su identidad y con su unidad amenazada por unos separatismos que parecen querer —en una constante senda involutiva similar a los grupos clericales de los que provienen y se atrincheraron en su día— volver a aquella época anterior al matrimonio de los Reyes Católicos; desde los partidos separatistas catalanes se reivindican los denominados «Países Catalanes», que ocuparían, desde su delirio ideológico, el mismo espacio que perteneció a la Corona de Aragón, ahora deformada como «Confederación Catalano-Aragonesa», para rastrear el pasado de una inexistente Cataluña independiente.

Sin duda, estas sectas antiespañolas estarían a favor del modelo de una España federal que el PSOE ha propuesto en reiteradas ocasiones para «encajar a Cataluña», siempre que fuera un «federalismo asimétrico» (como dijo en tiempos Maragall) y con el trámite previo de reformar la Constitución, concretamente el Artículo 145 que prohíbe la federación de comunidades autónomas y el Artículo 2 que proclama la unidad indisoluble de la Nación Española. Federación que abriría la veda a la liquidación de España, formada como Estado unitario en tiempos de los Reyes Católicos y que, una vez disuelta en minúsculos estados, no habría manera alguna de unirlos en federación: un Estado federal se forma por agregación de partes independientes previas, no por disgregación de un Estado unitario para después volverlo a componer.

Desde la Fundación Denaes hemos de decir bien alto y denunciar sin descanso que la verdadera crisis que vive la Nación Española no es la económica (producto del comportamiento cíclico del modo de producción capitalista y en consecuencia pasajera), sino la política, la iniciada en 1978 al aprobar una Constitución que condena a España a una involución que daña la identidad común de los españoles, por imposición de lenguas vernáculas y privilegios propios del Antiguo Régimen, y que en el límite parece llevarnos a una estructura similar a la de los medievales reinos de taifas.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española