Mikel Azurmendi, La herida patriótica. Taurus, Madrid 1998


Mikel Azurmendi, La herida patriótica. Taurus, Madrid 1998

Mikel Azurmendi, La herida patriótica. Taurus, Madrid 1998

El nacionalismo vasco ha dejado de ser una ideología nacionalista más para constituir un vasto sistema cultural compartido por casi la mitad del País Vasco. Una tupida maraña de símbolos que compactan una identidad densa y una visión dualista de las cosas humanas, hasta de las más ordinarias, posibilitando un campo experiencial, desde lo estético y ético hasta el sentido común, determinado por un sentimiento de pérdida-recuperación y por una inefable ansia de Estado propio. Una cultura generadora de deseos e intenciones siempre dolientes, a modo de herida siempre abierta, porque nos han robado lo que debimos ser y hemos perdido lo que debimos conseguir.

Como remedio, Mikel Azurmendi propone una terapia cultural donde predominen símbolos no sólo ideológicos. Principalmente, una identidad individual frente al englobante concepto de pueblo. Después, una visión plural, contingente e histórica de las cosas humanas frente al esencialismo étnico. Por último, la apertura a un campo de nuevas experiencias, fundamentadas en la dignidad del hombre.

«Pero, aparte de la violencia de ETA, de suelo vasco ha salido abundantísima militancia que, engrosando el modelo socialista antisistema (GRAPO, FRAP, maoístas, trotskistas, etcétera) asumió con abierta simpatía la violencia etarra, cuando no la imitó con el robo, asesinato y extorsión de las gentes. Tampoco la violencia de Estado se ha ejercido siempre con legitimidad legal, respeto a los derechos humanos, ni ha estado siempre controlada por las instituciones democráticas. Hov sigue siendo razonable, en determinadas circunstancias, seguir dudando de ciertas «versiones oficiales» que atañen a algún maltrato del ciudadano, en general, y del etarra, en particular’. Esta múltiple violencia ha sido interiorizada culturalmente por las gentes abertzales polarizando dualmente su universo étnico. Esta característica de represión no siempre legítima le confiere a su imaginario radical todos los visos de realidad sumamente «real». Es así como la oposición entre vascos y españoles se ha convertido para ese imaginario en la «naturaleza misma de las cosas» de aquí. La violencia etarra ha generado etnicidad, creencia irrefutable de que los vascos estamos oprimidos por otros distintos a nosotrros. Cada acción violenta lo confirmaría: de ahí que a cada acción siga como sombra su comunicado en Egin» (página 57).