Desde las invasiones de nuestro país por las tropas francesas, nunca se oyeron voces de alerta para decirnos que la patria estaba en peligro. Ni siquiera durante la guerra civil


Otros aires

DOMINGO HENARES

Desde las invasiones de nuestro país por las tropas francesas, nunca se oyeron voces de alerta para decirnos que la patria estaba en peligro. Ni siquiera durante la guerra civil, pues, en definitiva y en los dos bandos, podemos sospechar que, desde trincheras opuestas, cada uno de los combatientes soñaba con una España mejor. Esa contradicción de quererse y matarse mutuamente. Ahora es distinto y los españoles no están divididos por dos, los de aquí y los de allí, sino que el territorio común está multiplicado por nadie sabe cuántas regiones, por cuántos idiomas y sedes de justicia, por cuántos planes de estudios y por cuántas competencias militares. Por cuántas religiones, por cuántas fórmulas del sí, quiero, en los distintos matrimonios. Nadie lo sabe. Por eso es bueno que, de la nación española, hablen otras voces con un lenguaje nuevo, no el de los políticos de profesión, sino el de otras personas que van a las urnas con la corbata de las fiestas y la conciencia muy limpia.

Darán que hablar estas voces y otras que han de venir. A ver qué dice un economista aventajado si hay que echar las cuentas, un pedagogo de prestigio si hablamos de educación, un historiador reconocido para entender asuntos antepasados, un clérigo de obispo para arriba si hay que referirse a cuestiones teologales. Lo que es igual, que alguien nos dé luz cuando haga falta, sin necesidad estricta de hacerlo por el voto y por la paga. Así tenemos, por ahora, y para «defender a la nación española frente a los ataques que sufre su unidad territorial y social», a los componentes de la recién creada Fundación para la Defensa de la Nación Española con sus señas: Santiago Abascal, para proteger a España como nación; Gustavo Bueno, advirtiendo que los nacionalistas entienden el articulado de sus estatutos desde el preámbulo; Jaime Larrinaga, aquel cura del pueblo de Maruri, para que no haya personas de primera y tercera categoría; Amando de Miguel, para que los nacionalistas no erradiquen el castellano; Francisco Caja, porque el concepto de nación está unido al de soberanía; y Adolfo Prego, porque hay un problema en España y es la negación de su propia existencia.

Son otras voces diferentes a cuantas venimos escuchando en el ruedo hispano de la política. Y ojalá llegara a ser un día, en un amanecer cualquiera, como un aire fresco y distinto por la frente.