La película tiene la virtud de hacer que el público salga de la sala orgulloso de su identidad española.


No era del todo previsible, pero ya puede decirse que Alatriste se ha convertido en un éxito cinematográfico y, por lo que se va viendo, será el mayor éxito español del año. El asunto merece reflexión. “Alatriste” no es una película excelente, porque le falta rumbo al argumento, y tampoco es una apología españolista, porque su relato transcurre precisamente en unos años de intensa decadencia. Sin embargo, en torno a esta cinta, como antes en torno a los volúmenes de Pérez Reverte, se ha levantado una indiscutible ola de recuperación de lo español, de reencuentro con una historia que durante demasiados años ha sido ignorada y tergiversada. Y aunque Alatriste incurre en algún patinazo guiado por la “leyenda negra” –como el exagerado papel atribuido a la Inquisición–, la película tiene la virtud de hacer que el público salga de la sala orgulloso de su identidad española y deseoso de saber más sobre los siglos más grandes de nuestro camino colectivo. En ese sentido, Alatriste es un síntoma esperanzador: algo va despertando en nuestra dormida conciencia nacional.