La situación de fondo, no nos engañemos, es trágica.


A veces los fundamentalismos conducen, por su propio exceso, a situaciones de una comicidad grotesca, amarga. El nacionalismo no está exento de tales flaquezas, y eso es lo que acaba de ocurrir con el futbolista camerunés Eto’o, severamente reprendido por responder en castellano, y no en catalán, a una entrevista en la radio pública catalana. Llamado a Canossa, como aquel emperador, el camerunés Eto’o no ha dudado en afirmar su amor por el catalán; ha referido que el presidente del Barça habla en catalán con los familiares –no menos cameruneses– del propio Eto’o e incluso ha desvelado una cláusula de su contrato según la cual el futbolista se compromete a aprender el catalán. Es surrealista.

El catalán es un idioma nobilísimo que todos debemos amar y respetar. Pero que su aprendizaje figure en el contrato de un futbolista camerunés es algo que sobrepasa el esperpento. Primero, porque mezcla de manera insostenible lo público con lo privado, el deporte con la política y las churras con las merinas. Y después, y sobre todo, porque el castellano, en Cataluña, debiera ser de uso tan libre como el catalán. La situación de fondo, no nos engañemos, es trágica. Pero, inmerso en ella, el episodio de Eto’o es simplemente ridículo.