Una minoría radical ha convertido la identidad catalana en un mero pretexto para manifestar su odio a España.


A un futbolista camerunés lo ponen en la picota por hablar en castellano y no en catalán. A una escritora andaluza le desatan una feroz campaña por pronunciar en castellano –su lengua materna– el pregón de la Mercé. La muy oficialista plataforma pro selecciones deportivas catalanas difunde un anuncio excluyente y agresivo contra la selección española de fútbol. Y al fondo, la oligarquía política social-nacionalista argumenta que “todos somos Rubianes”.

Todo esto es una locura. La imagen de Cataluña que se está comunicando al resto de España es la de un territorio agrio y hostil, alterado por una suerte de histeria colectiva donde la conducta más irracional es siempre la más previsible. Los catalanes no son así. Pero su voluntad parece como usurpada por una minoría radical que ha convertido la identidad catalana en un mero pretexto para manifestar su odio a España.

Los catalanes no son así, en efecto. Pero pronto van a tener la oportunidad de demostrarlo en las urnas.